América Latina viró. Quedaron atrás los liderazgos ‘progresistas’ de Lula da Silva [Brasil], Hugo Chávez [Venezuela], Evo Morales [Bolivia], Rafael Correa [Ecuador] José Mujica [Uruguay] y Cristina Fernández [Argentina]. Ahora surgen los mandatarios ‘conservadores’ Sebastián Piñera [Chile], Iván Duque [Colombia], Mauricio Macri [Argentina] y Mario Abdo Benitez [Paraguay]. Se puede sumar el candidato brasileño Jair Bolsonaro, que ganó en la primera Vuelta en Brasil y es favorito para triunfar en la segunda ronda electoral.

Lo que destaca es que México tuvo una tendencia político-electoral inversa a la registrada en la Región: se dejó atrás a los partidos de derecha [PAN: Fox y Calderón] y centro derecha [PRI: Peña Nieto] para dar mayoría a un partido de izquierda [Morena], pero con posiciones extremistas y estridentes que coincide con los recién llegados. El efecto ya registra suficientes ejemplos: Donald Trump [EEUU]; Boris Johnson [el principal atizador del #Brexit]; Marine Le Pen [de Francia, que perdió en Segunda Vuelta con Macron]; Matteo Salvini [Ministro del Interior, de Italia]; Viktor Orban [Premier de Hungría] y Sebastian Kurz [Primer Ministro de Austria].
Entonces bien, ¿por qué en buena parte del Mundo, la tendencia político-electoral está transitado a las posturas extremistas? La respuesta es multifactorial. No obstante, el fondo del asunto parece encontrarse, principalmente, en tres rubros: 1) la democracia; 2) el discurso político tradicional; y 3) los derechos humanos. ¿Por qué la democracia? Porque la democracia ‘per se’ se convirtió en un escollo para la eficacia gubernamental, debido a grandes deficiencias en el diseño institucional del gobierno. Por definición, las características por antonomasia de la toma de decisiones, en democracia de pluralismo extremo, son la ralentización y la complejidad: se necesitan mayorías que van de absolutas a calificadas para gobernar [lo que se dificulta aún más en escenarios de gobiernos divididos]. Incluir a las minorías o a la oposición, implica, en no pocas ocasiones, matizar o amainar -en ocasiones hasta el exceso- las decisiones públicas, y las reformas prometidas terminan ‘descafeinadas’. Ante estas circunstancias, el discurso político de la eficacia, proveniente de liderazgos extremistas o de corte estridente, resulta peculiarmente atractivo para poblaciones enteras que se encuentran ávidas –con justa razón- de resultados contundentes y expeditos.
El Latinobarómetro 2017 registra una mayor insatisfacción con la democracia: mientras que en 1995 el 56% de los latinoamericanos decían sentirse insatisfechos con la democracia; para 2017, el porcentaje de insatisfacción con ella ascendió a 65%. El discurso político tradicional no es otra cosa que el políticamente correcto. El que no se compromete a nada; el que no asume postura; el que hace apología y utiliza hasta el hastío la perorata atiborrada de ‘lugares comunes’. El que no decide, el que queda bien con todos y, a su vez, con nadie. Justo por ello, la representación política pierde predilección y partidarios: la ideología política se difumina; los partidos y políticos terminan homogeneizándose [“todos son lo mismo”, dicen]; y la sociedad, que tiene preferencias bien definidas, disímbolas, contrarias, opuestas y equidistantes termina siendo representada…¡por nadie!.
En cuanto a los derechos humanos, estos garantizan el trato más digno y ‘humano’, incluso para la persona más cruel y sanguinaria. El nuevo sistema de justicia penal, hipergarantista, ha puesto en las calles a un sinfín de criminales. El debido proceso y el amparo se convirtieron en el instrumento acomodaticio por excelencia para que un poder judicial corrupto libere a los peores criminales, defraudadores y delincuentes, siempre que ostenten poder u ofrezcan dinero. Así las cosas, un discurso como el de Bolsonaro, que señala que “el mejor delincuente es el que está muerto”, suena seductor para poblaciones enteras de víctimas, que esperan recibir justicia. Ante este desolador escenario, la insurgencia de la consigna estridente, la postura sectaria, la arenga hueca y ‘políticamente incorrecta’, así como la cosmovisión maniquea, son imanes que atraen mayorías de votos y provocan gran cobertura mediática… gabtorre@hotmail.com http://www.milenio.com/opinion/gabriel-torres-espinoza/columna-gabriel-torres-espinoza/el-tiempo-de-los-estridentes