Palmiro Togliatti

Togliatti decía que «hacer política significa actuar para transformar la sociedad». Incluso los denominados «activistas» que hacen política, son en mayor o menor medida, políticos (interactúan con la polis). En todo caso, son políticos apartidistas, pero a final de cuentas, políticos. Los políticos son en la misma medida ciudadanos –sujetos de derechos y obligaciones–, aunque dicotomías sin sustancia insistan en lo contrario. El político partidista es, en esencia, un completo «activista». Al respecto, la RAE es contundente al definir la palabra activista como miembro que en un grupo o partido interviene activamente en la propaganda o practica la acción directa». Es decir, el activista practica, en efecto, una «acción directa» en la sociedad. Por tanto, la acción política no se circunscribe a los partidos y el gobierno. El «activista» bien puede ser miembro o no de un partido, o del gobierno.

El «activismo» no es propio y único de los «activistas», o como diría el Dr. Rodrigo Borja –autor de la Enciclopedia de la Política–, de aquella «entelequia inefable» que algunos llaman «la sociedad civil». Como señala la RAE, el activismo es «dedicación intensa a una determinada línea de acción en la vida pública». Así las cosas, cuando se participa en organizaciones vecinales se hace activismo. Más aún, en la misma acción gubernamental se observa omnipresente el activismo. Se trata de una mala noticia para los que se empeñan en hacer una muy conveniente separación entre lo político y lo ciudadano; un inútil maniqueísmo que separa cualitativamente al activista del político, para intentar circunscribir con esta retórica a la política, en el espacio exclusivo de los partidos y el gobierno.

Ahora bien, la incursión de «activistas» o miembros de la autonombrada «sociedad civil» al gobierno, no significa que el activismo apartidista tenga escasa capacidad para incidir en la vida pública. El activismo apartidista hoy vive su mayor apogeo. Triunfos trascendentales para la sociedad (todos, gobernantes y gobernados) son la consecuencia de ese esfuerzo: la reforma en telecomunicaciones demandada por el movimiento #YoSoy132, que trastocó intereses antes inamovibles, incluyendo los del segundo hombre más rico del mundo y más poderoso de México, según Forbes. Está también, por ejemplo, el caso Uber; un modelo de transporte que los gobiernos se vieron inicialmente renuentes a aceptar, pero que ante la presión y demanda a través de las redes sociales, se tuvo que normar. El impulso a cambios de gran calado aparecen ahora también alentados desde fuera del Gobierno. Barack Obama, en vísperas de su reelección, señaló que … Clic aquí para seguir leyendo.