La “amenaza del nacionalismo blanco”, como lo definió en 2004 el profesor Samuel P. Huntington, nunca estuvo tan presente en Estados Unidos. En su ensayo “The Hispanic Challenge”, publicado en 2004 en la revista norteamericana Foreign Policy, Huntington reflexiona sobre el poder creciente de los hispanos en Estados Unidos.  Concluye su ensayo con una frase lapidaria que explica, tal vez, mucho de lo que ahora ocurre: “Sólo existe el American Dream creado por una sociedad angloprotestante. Si los estadunidenses de origen mexicano quieren participar en ese sueño y esa sociedad, tendrán que soñar en inglés”. Pero eso está muy lejos de ocurrir con las comunidades hispanas que gozan ya de la ciudadanía norteamericana (el ejemplo de Miami y Los Ángeles, son elocuentes). El español tiene un crecimiento acelerado, como el mismo profesor lo reconoce en este ensayo, donde aporta cifras reveladoras. Pero detrás de este discurso excluyente, neonacionalista, populista, misógino y xenofóbico, está efectivamente la amenaza del “nacionalismo blanco”. Estamos en los inicios de lo que podría ser otro “choque de civilizaciones” inducido desde la mismísima presidencia del país más poderoso del planeta. También, de cara a la “reconfiguración del orden mundial”.

El presidente de Estados Unidos abre frente con la mitad del mundo, con medidas sumamente antipopulares, violatorias de años de avance en tratados internacionales en materia de derechos humanos, migración, protección del medio ambiente, comercio mundial, relaciones bilaterales, entre otros. Incluso, buena parte de sus viejos aliados prefieren guardar un silencio prudente ante la estridencia del jefe de Estado Norteamericano. Amenaza a las naciones y señala que tomarán nota y “anotarán los nombres” de sus aliados y de quienes no los apoyen. Un juego suma cero se impone como política exterior: los que están conmigo, o en mi contra. Relaciones internacionales de blancos y negros, sin espacio para otras tonalidades.

Como nunca antes se vuelve indispensable dejar de lado nuestras sanas diferencias como mexicanos para hacer lo correcto. En este momento lo correcto es defender nuestro país y, la mejor manera de hacerlo, es encarar la amenaza del “nacionalismo blanco” unidos, resaltando nuestra cultura. Sin renunciar a nuestras diferencias naturales, la circunstancia exige toda la unidad. Ocasión para buscar nuestras coincidencias y poner pausa en nuestras diferencias.  Momento de replantear nuestra identidad, nuestra falta de autoestima, que es tiempo de afrontar. Para resistir la amenaza del nacionalismo blanco, la mejor fórmula es el nacionalismo latinoamericano. Sacar lo mejor de nosotros. Un punto de inicio que ya desencadenó, afortunadamente, la solidaridad de muchos pueblos de todos los continentes. Es momento de replantear las prioridades. Comencemos por ahí.