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Efectivamente, el presidente de la República enfrenta la peor circunstancia de credibilidad, justo durante su cuarto informe. La metralla es tan aguda, como nutrida la cascada de errores cometidos por el gobierno federal. Enrique Peña inició el sexenio con una gran habilidad para concertar políticamente: reunió a los principales partidos para acordar un paquete de reformas estructurales discutidas y esperadas por décadas [Pacto Por México]. Consiguió la encarcelación de un ícono de los exceso en política como Elba Esther Gordillo, y aprehendió, dos veces, al jefe de la delincuencia organizada más importante del mundo, ‘El Chapo’.

Pero la corrupción que poco a poco se dio a conocer, definitivamente cuestiona su legitimidad y ha sido un golpe que ya marcó su sexenio. De acuerdo a INEGI, para los mexicanos, la corrupción es el problema más sentido de México, tan sólo después de la inseguridad. Pero los políticos actúan como si el país fuera el mismo de José López Portillo o Carlos Salinas de Gortari, donde la corrupción pasaba a segundo término, y se pudiera aún tapar el Sol con un dedo.

Mientras las fuerzas políticas discuten en Jalisco la implementación del Sistema Nacional Anticorrupción, Jalisco ya no tolera más tanto cinismo. Ya no les queda tiempo. Las últimas elecciones locales se han definido en buena medida sobre la percepción de corrupción de sus autoridades, y en Jalisco, la prensa documenta todas las semanas actos de corrupción igualmente graves en la cuadra tricolor, como en la de los naranjas o azules. La complicidad es el mecanismo de protección que usa la clase política para defender su derecho a sostener a sus amigos corruptos en el gobierno.

La grave circunstancia por la que atraviesa el Presidente de la República es una oportunidad para reflexionar sobre lo que cada semana, “friegue y friegue”, los medios le dicen a los gobiernos: que la ciudadanía ya no toleran más la corrupción ramplona, que se necesitan medidas efectivas de castigo, y que el combate a la corrupción no ocurre con más instancias burocráticas o discursos histriónicos, sino básicamente con el firme compromiso de castigar, ejemplarmente, para que se pueda inhibir tanto cinismo en los gobiernos.