Andrés Manuel López Obrador compite, por tercera ocasión (el proverbio dice que la tercera es la vencida), por la presidencia de la República. Lo intentará ahora bajo las siglas de Morena, en un escenario de alta fragmentación del voto, en donde es perfectamente posible que el 35 por ciento de los sufragios resulten suficientes para ser la mayoría relativa de México. Andrés reclama el voto bajo un discurso construido sobre la crítica a la corrupción, la impunidad y la ineficacia del gobierno en materia de seguridad. Refiere a una mafia del poder, instalada en 1983, que implantó lo que identifica como el “modelo neoliberal”: “México está gobernado por una banda de malhechores”. La mafia actúa –dice- al “privatizar, sinónimo de robar”; el “contratismo voraz”; “la delincuencia de cuello blanco”.

López Obrador ha construido un perfil de mucha “calle”. De un hombre austero que viaja poco en aviones y mucho por tierra, que se niega a los lujos y derroches y que gusta de llamar a la “simple moralidad” de la “austeridad republicana”. Un conservador de izquierda, de un activismo social reconocido, acreditado por años de diversas luchas, consignas y reivindicaciones. Su partido, Morena, se nutre fundamentalmente de esos cuadros de mucha “calle”, formados en el activismo social de izquierda, con fuertes raíces en los grupos sociales más combativos de México.

Pero en Jalisco, la propuesta de López Obrador resulta ser contraria a su perfil, consignas y extracción social. También discordante con el ADN de Morena. Quienes se apuntan como los posibles suspirantes a candidatos para los principales cargos de Morena, son ¡dos ricachones! Un dúo de acaudalados hombres de negocios, que ni acreditan trabajo de calle, que no han sido jamás partidarios de las causas de eso que Andrés llama la “Izquierda”, y que difieren absolutamente con su idea de “simple moralidad” o de “austeridad republicana”. Incluso, representan todo lo contrario: la excentricidad de gustos, fiestas y derroches. Dos empresarios adinerados que en el pasado reciente han sido parte de la financiación de muchas campañas de esos que López Obrador identifica como “la mafia del poder”. Dos millonarios convenientemente beneficiarios del “contratismo voraz”, que han logrado negocios codo a codo con esos que Andrés Manuel llama “la delincuencia de cuello blanco”.

Sin formación política. Ricos de patrimonio, pero pobres en ideas. Sin discurso ni trayectoria. Lo único que aportarían al proyecto de Andrés Manuel, es dinero. Aunque para hacer política se necesita capital, éste no sustituye el liderazgo político, la estrategia social, el olfato, el arraigo a un “proyecto de nación” (como subraya López Obrador). Pueden ser buenos financiadores, ¿pero candidatos a un cargo de elección popular?, ¿con Alfaro en frente?, serían simplemente testimoniales… para un lindo día de campo.

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