Hace 32 años, el 19 de septiembre de 1985, miles de ciudadanos se ofrecieron como voluntarios para brindar ayuda después del sismo de 8.1 grados –Richter- que sacudió a la CDMX. Aquel, con epicentro en costas michoacanas, mismo que causó infinidad de daños y el colapso en cientos de edificios (371 para ser exacto). Entonces, las pérdidas humanas se calcularon entre 6 mil y 7 mil personas de manera oficial, con estimaciones que llegan hasta el elevado número de 10 mil personas fallecidas. Treinta y dos años pasaron –y vaya que la casualidad se asomó esta vez, pues ¿qué probabilidad había de que se diera un sismo tan intenso, precisamente este 19 de septiembre?– cuando a las 13:14 horas de este martes, la Tierra dejó sentir su fuerza y sacudió de manera violenta una vez más a la CDMX y sus alrededores. Con los 7.1 grados –Richter-, con epicentro en Axochiapan, Morelos, dejó esta vez poco menos de 100 de edificios colapsados y cientos más dañados sólo en la CDMX. Protección Civil, a las 15:13 horas de ayer, estimaba un número aproximado de 223 personas fallecidas: 93 en la CDMX; 69 en Morelos; 43 en Puebla; 13 en el Estado de México; 4 en Guerrero y 1 en Oaxaca.
Algo de los que podemos sentirnos muy orgullosos todos es de la enorme respuesta de la sociedad mexicana, incluso de algunos jóvenes que nacieron después de 1985 y que no vivieron ese episodio, pero que mostraron un ADN espectacular de fraternidad ante la magnitud de lo ocurrido. Un espíritu inmediato de solidaridad, de colaboración y de responsabilidad frente a la desgracia. Los voluntarios de todas las edades se hicieron presentes en las la zonas de afectación para retirar escombro y rescatar a los heridos; otros se organizan para dirigir el tráfico y abrir espacio al paso de los cuerpos de protección civil y bomberos; otros más se instalaron para proveer bebidas y alimentos a los voluntarios –ambos casos en un noble gesto de unión frente al desastre–. Con las debidas proporciones guardadas, una de las grandes diferencias respecto a la catástrofe provocada por el sismo de 1985 radicó en que, gracias a las tecnologías de la información y comunicación, y la fuerza de las redes sociales, así como herramientas digitales –como la de Google.org “Localizador de personas”– se facilitó el conocimiento del estado de salud y localización de familiares y seres queridos. Incluso, una de las niñas –de nombre Fátima Navarro– atrapada entre los restos del Colegio Enrique Rebsamen junto a otras 41 personas, logró establecer comunicación con su familia vía mensajes de WhatsApp.
También las tragedias enseñan. Hoy se mostró una sociedad más preparada en prevención de desastres, así como un amplio espectro de redes y tecnologías de comunicación disponibles que permitieron no repetir los errores del pasado y la falta de coordinación y reacción inmediata de las autoridades, como se vivió en 1985. Se acudió casi de inmediato a la gran mayoría de las zonas siniestradas. La SEDENA y SEMAR, Protección Civil y Bomberos, la Policía capitalina, así como la coordinación con el equipo “Los Topos”, especializados en rescate en zonas de desastre y espacios confinados –surgidos a raíz del sismo del 85 como voluntarios– estuvieron rápidamente disponibles en los lugares con mayor afectación.
No, no sólo fueron los gobiernos en turno -per se- los responsables de que hubiese una mayor y mejor coordinación entre autoridades de diferentes ámbitos del gobierno: son las experiencias con que nos marcó la tragedia de los terremotos, las que nos hicieron reaccionar con mayor conocimiento de causa, después de tanto sufrimiento y descontrol por el sismo de 1985. Experiencia y protocolos para poder anticiparnos y generar una cultura de prevención ante el desastre, que facilita la intervención solidaria entre autoridades y población. Esa cultura de prevención colectiva donde los ciudadanos y también las autoridades, con el uso de las herramientas de la información y de la comunicación, nos encontraron más organizados para los dispositivos de rescate, así como las medidas –aún insuficientes- sobre normas de construcción anti sísmicas. La respuesta más acertada y organizada frente a esta terrible catástrofe, es consecuencia de una cicatriz abultada, sobre una herida que, aún duele…