Veamos. ¿Amerita tomar parte en la deliberación de eso que hoy se estima como los referentes ideológicos? Definitivamente, sí. Porque gobernar para solucionar dificultades, no será con base en el optimismo discursivo de nadie. La debilidad de esos que dicen encabezar el ‘relevo generacional’ (la sustitución de algunos malos, por otros, infames), es la simplificación excesiva. Una suerte de epifanía (manifestación, aparición o revelación) de luminosidad. Son los mejores exponentes del ‘efecto placebo’. Con tono ‘cursi’, intentan explicar con trivialidad problemas de difícil abordaje, al punto del auto engaño. Placebo, porque escasean en referentes políticos y filosóficos, pero su futilidad discursiva produce un efecto ‘terapéutico’. Frases grandilocuentes, pero inertes en significado, modulan sus perspicaces elucidaciones.
Buscan con desesperación el momento fugaz para el asombro. Apremian de un público acrítico, para ser los anfitriones del infomercial sorprendente. Son los actores situados en el pináculo de la política placebo. Construidos con bases de formación inertes, sin principio político activo que guíe su conducta impulsiva. Por ello, las ‘geografías ideológicas’ no van con ellos. Son placebos, porque en verdad carecen de una actividad específica objetiva. Se conducen, fundamentalmente, guiados con disciplina espartana bajo ponderaciones de rentabilidad electoral, encuestas y mercadotecnia política.
Las elocuciones suelen ser divertidas para la gran galería de su público desinformado. Una pretendida inspiración que se convierte en manipulación, y ésta a su vez, en ofuscación. La reducción excesiva de los problemas complejos no es para ellos una idea por sí misma. Repiten frases superfluas, carentes de significado, mismas a las que luego reclaman se les asigne una connotación de ‘sobresaliente’. Innovación, el cliché predilecto. Se nutren de eso que llamamos el ‘Wow’ (expresión de asombro).
Les emocionan las soluciones fáciles. Especialmente si se resuelven… con una campaña en las redes sociales digitales.
Son devotos de la simplicidad que les provee su precario entendimiento. Enfocarse solo en la comunicación, realmente impide la transformación social profunda a partir de la reflexión rigurosa de la circunstancia y de la construcción de las decisiones ineludibles.
Se precisa aumentar el nivel de comprensión de los problemas, del debate público sobre ellos y del grado de entendimiento de lo público-político. Las historias personales de inspiración apenas forman parte del entretenimiento y debieran esperar a mejor momento. Es tiempo de desmitificar las frivolidades discursivas actuales y reconceptualizar la discusión de lo público. El fin, ¿de las ideologías? ¡Imposible!
Preferible desistir de escucharse ‘bien’, en la indeterminación política que no resuelve, produce, ni atiende nada. Es momento de tomar parte, fijar postura, asumir un referente a seguir. Si realmente se desea alcanzar los cambios sociales de gran calado, debemos trabajar rigurosamente en lo difícil, que va más allá de comunicar con superficialidad. El corolario de la dirección y el gobierno placebo: es la política placebo, la educación placebo y las innovaciones placebo.
Mi columna la puedes encontrar aquí, en El Respetable.