Para cierto perfil de gobernantes, la crítica al poder, en el terreno de la oposición, debe ser defendida y aplaudida. Pero… si llegan a ser gobierno, lo conveniente es la descalificación y la denostación (incluso persecución) para quienes hagan del periodismo, un ejercicio crítico que fiscalice al poder. Para estos gobernantes (sí, en plural) el poder político entiende al derecho a disentir, como un desafío que los debe colocar en el rol de adversarios. Además, encuentra a la crítica al poder, como el motivo para alimentar una paranoica voluntad de ‘desestabilización política’, o de desafío a la legitimidad del gobierno. Observa al periodismo que fiscaliza al poder, como una innegable señal de una franca animadversión orquestada por sus enemigos (estás conmigo o contra mí). De forma que, para este tipo de perfiles arbitrarios, las y los periodistas con vocación crítica son un enemigo que conspira en contra del poder democráticamente constituido, gobierno popular, transformación o refundación.
El periodismo en su origen, como en sus fines, debe mantenerse distante al poder político y gubernamental. El objetivo del periodismo -el que resulta útil a la sociedad- no es el de las coincidencias con los gobernantes, ni de las versiones convenientemente complacientes para justificar sus decisiones. Ya hay suficiente dinero público que hoy se derrocha en justificar, siempre, las decisiones -buenas y malas- de los gobernantes. A eso se dedica la comunicación social y, recientemente, los cientos de millones dedicados a las ‘agencias’ que amagan, difaman y orquestan tendencias apócrifas, con perfiles falsos, granjas de opiniones suplantadas y de cuentas con usuarios ficticios. Es bien sabido: esos ‘guaruras digitales’, que presumen que ‘crean’ candidatos, le cuestan cientos de millones de pesos a los contribuyentes, legal o ilegalmente.
Al periodismo libre le corresponde, fundamentalmente la crítica. De forma que el periodismo que no incomoda, no cuestiona, no fiscaliza o no critica al poder; a las claras, no puede llamarse periodismo. En todo caso, los infomerciales, las entrevistas a modo, las medias verdades que pretenden ocultar la realidad, son parte de la propaganda -siempre bien pagada- que ofrece a la audiencia ‘gato por liebre’. La versión (pro)gubernamental de la realidad, es sólo eso: propaganda. La interpretación independiente de la realidad, publicada bajo la libertad de expresión, redunda en el periodismo crítico. Bien podría decirse que el periodismo siempre conlleva una intrínseca fatalidad: ser contrapoder, porque fiscaliza al poder.
Es el trabajo de las y los periodistas de México, el que hoy investiga, documenta y denuncia los casos más notables de corrupción, complicidad e impunidad que resultan deliberadamente invisibles para las auditorías, fiscalías, contralorías y sistemas anticorrupción, que sí nos cuestan cientos de millones al erario público, pero que apenas aportan pírricos resultados. El motor de la búsqueda de la verdad, recae inevitablemente en la crítica auspiciada por la libertad de expresión; que es, además, el fiel testimonio de la vigencia de las libertades. Para ello es indispensable el debate entre la oposición; como inexcusable, la libertad de crítica del periodismo libre.
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