El viernes pasado, el ‘izquierdista’, Gabriel Boric, de 36 años, rindió protesta como el presidente más joven en la historia de Chile, quien ganó con el 56 por ciento de los votos, en segunda vuelta, frente al ‘ultraderechista’, José Antonio Kast, para así suceder al entonces presidente y ‘centroderechista’ Sebastián Piñera. Boric es también quien destronó a los dos grandes bloques partidistas chilenos, que en la historia reciente se alternaban el poder: el ala ‘centro-izquieda’ y el ala ‘centro-derecha’. En esa misma ceremonia, el primer mandatario tomó, posteriormente, la juramentación del cargo de su ministra del Interior, Izquia Siches, quien liderará un gabinete compuesto por 14 mujeres y 10 hombres.
El contexto político que afrontará en aquel país no es, en absoluto, sencillo. Lo anterior, por: i) la revuelta o ‘estallido’ social de 2019 —que demandó, entre otras muchas exigencias, la aprobación, a través de un plebiscito ratificatorio, de nueva Constitución, para suplir a la vigente, que data de 1980, vista también como el último resabio político de la dictadura militar de Augusto Pinochet—; ii) la crisis económica de 2020 ocasionada por la pandemia. Todo ello ha tenido hondas repercusiones en Chile. Valga tan sólo mencionar que en el Democracy Index de 2020, elaborado por The Economist, este país era considerado una ‘democracia plena’ posicionándose en el lugar 17º —entre países como Inglaterra (16º) y Austria (18º)—. No obstante, en la edición de 2022 de este ranking, Chile, por vez primera, pasó a considerarse ‘democracia defectuosa’ y a ubicarse en el lugar 25º; y iii) su endeble coalición partidista, Apruebo Dignidad, que no tiene mayoría en el Poder Legislativo: cuenta con apenas 37 escaños de 155 en la Cámara Baja; y cinco representaciones de 50 en la Cámara Alta.
En un histórico discurso, en su toma de protesta, Gabriel Boric, mencionó precisamente que “el pueblo de Chile es protagónico en este proceso. No estaríamos aquí sin las movilizaciones de ustedes (…) Es gracias al movimiento feminista (…) El país necesita ponerse de pie, crecer y repartir de manera justa los frutos de ese crecimiento (…) cuando no hay distribución de la riqueza, cuando la riqueza se concentra solo en unos pocos, la paz es muy difícil. Necesitamos redistribuir la riqueza que producen los chilenos”. Y, finalmente, culminó su discurso remembrando a Allende, para enfatizar que “como pronosticara hace casi 50 años, Salvador Allende, estamos de nuevo compatriotas abriendo las grandes alamedas por donde pase el hombre y la mujer libre para construir una sociedad mejor. Seguimos. ¡Viva Chile!”.
De forma que son, al menos, dos grandes problemáticas las que enfrentara el presidente chileno, en los próximos meses. El primero, sin lugar a duda, es sacar adelante la propuesta de redacción de una nueva Carta Magna, que condense fielmente todas las demandas sociales, misma que deberá presentarse en la Asamblea Constituyente en julio de este año. Y, finalmente, tendrá que resolver los efectos de una desaceleración generalizada de la economía chilena —en 2019, sin pandemia, tan sólo creció 0.9 por ciento, muy distante del 6.1 por ciento de 2011— y una inflación prevista de 7.7 por ciento en el año 2022, después de la observada en 2021 de 7.2 por ciento —las más altas desde hace 14 años—.
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