En días pasados, Finlandia hizo pública y oficial su decisión de adherirse “sin demora” a la OTAN, para así renunciar a la “prometida neutralidad” hacia la URSS en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial (SGM), que se extendió hasta nuestros días para no formar parte ni de la OTAN ni del Pacto de Varsovia. Existen elementos de duda razonable para que el país nórdico se sintiera amenazado después de la invasión militar rusa sobre Ucrania, por las similitudes que revisten a ambos países en lo geopolítico como en lo histórico: i) el Estado finés comparte más de 1,300 kilómetros (km) de frontera con el régimen del Kremlin [Ucrania 2,093 km] —de modo que, después de Ucrania, éste es el país europeo que comparte la frontera más extensa con aquél—; y ii) haber formado parte del Imperio ruso de 1809 a 1917, ante las evidentes y públicas añoranzas de Vladimir Putin, más por la Rusia de los zares que por la bolchevique [lo mismo sucedió con Ucrania, considerada por Moscú, como la ‘meca’ de la cultura rusa —que tuvo como primera capital la ‘Rus de Kiev’— y del cristianismo ortodoxo].
Recuérdese que la SGM inició con las invasiones militares y expansionistas de Hitler que tenían como fin la reunificación de Alemania —por su pérdida territorial después de la Primera Guerra Mundial— como por la nostálgica reviviscencia del otrora imperio germano [Putin, bajo las debidas proporciones guardadas, adujo similares argumentos en la antesala de la invasión a Ucrania al señalar, por ejemplo, que Rusia y Ucrania “eran un solo pueblo”].
Así que posterior a ello, hace algunas horas, el Partido Socialdemócrata de Suecia, que encabeza el gobierno, anunció que haría lo mismo que Finlandia. De forma que son los únicos dos países nórdicos que pertenecen a la Unión Europea, pero que no forman parte de la OTAN. Países también que lideran todo ranking en materia de democracia, calidad de vida e Índice de Desarrollo Humano. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, ha asegurado un proceso de adhesión de forma “rápida y fluida”, mismo que prevé se materialice en menos de seis meses —podría ser en la Cumbre de junio, de este año, en Madrid—.
No obstante, la decisión parece complicarse bastante no sólo por la previsible reacción y molestia de Moscú [el sábado pasado, en llamada telefónica, Putin, le dijo a su homólogo finlandés, Sauli Niinisto, “es un error” —después de que este último le comunicara dicha decisión—; y porque su Ministerio de Exteriores precisó en un comunicado que “Rusia se verá obligada a adoptar medidas de respuesta tanto técnico-militares como de otra clase con el fin de contrarrestar las amenazas que han surgido para su seguridad nacional”] sino porque el presidente (para muchos dictador, para los demás autócrata) de Turquía —que es miembro de la OTAN—, Erdogan, anunció públicamente su renuencia a votar la adhesión de ambos países, siendo la primera voz disidente al seno de la organización transatlántica. Esto resulta especialmente importante, porque cualquier adhesión a la OTAN tiene que ser votada por unanimidad.
Así que se avizoran serias dificultades que incidirán en una prolongada alta tensión político, diplomática y militar entre las dos principales super potencias del Orbe: EEUU y Rusia.
Mi columna también la puedes leer aquí, en Milenio Jalisco.