Es un hecho que tanto la innovación como la creatividad humana constituyen la fuente de riqueza por antonomasia de las naciones del siglo XXI.
Para nadie, resultaría descabellada la aseveración de que las empresas con las que más interactuamos en nuestra vida diaria, representan el producto resultante de la conjunción armoniosa de innovación, talento y creatividad. Instagram, Netflix, Google, Facebook, Twitter, Uber, son tan sólo botones de muestra de lo anterior.
En ese sentido, conviene destacar que, de acuerdo con Statista (2022), el 83% de las 30 marcas más valiosas del Orbe corresponden a las industrias creativas y culturales, entre las que destacan en orden descendiente a las primeras cinco: Apple, Google, Amazon, Microsoft y Tencent.
Por otro lado, habría que advertir que estas empresas inciden en el paradigma de lo que se ha dado en llamar «economías creativas». Grosso modo, las economías creativas tienen la sustantiva característica de gestionar un mercado a través de plataformas digitales y conexión a Internet.
De modo que el mayor emporio de hospedaje, a nivel global, no es propietario de un solo cuarto: Airbnb. La mayor empresa de servicios de transporte particular, en el orbe, no es dueña de un solo automóvil: Uber. Asimismo, el mayor gestor de información en el planeta, para su consulta y consumo, no tiene un solo derecho de autor sobre un solo panfleto. Y el mayor vendedor de mercancías, no produce un solo producto: Amazon. Vamos, a efectos de ilustrarlo de mejor manera, la gran operadora de TV de Pago en el mundo, Netflix, con poco más de 213 millones de suscriptores en todo el mundo —al cierre de 2021—, no cuenta con una sola infraestructura de telecomunicaciones o de radiodifusión. Por otro lado, mientras que la invención teléfono fijo tardó 50 años en alcanzar los 50 millones de usuarios, Disney Plus lo hizo tan sólo en cinco meses. De esa magnitud es el impacto que han tenido las industrias creativas en la economía del siglo XXI.
Como quiera que se les denomine, ya sea como ‘industrias creativas’, ‘economía naranja’, ‘industrias creativas y culturales’, o bien, ‘economías creativas’, éstas siempre “tienen su origen en la creatividad individual, la destreza y el talento que tiene potencial de producir riqueza y empleo a través de la generación y explotación de la propiedad intelectual” como advierte la UNESCO. Es decir, comparten un núcleo común intersección de cuatro factores: cultura, economía, innovación y creatividad.
Actualmente, a nivel global, de acuerdo con el BID, se estima que las industrias creativas contribuyen en torno al 7% del PIB mundial. De acuerdo con la Cepal, de la ONU, la relevancia de las economías creativas en países latinoamericanos, es la siguiente. En Argentina representa el 2.5% de su PIB y aporta el 2.8% del empleo formal. En Brasil, las industrias creativas representan el 2.6% de su PIB para generar poco más de 850 mil empleos formales. En Chile, constituyen el 2.2% del PIB nacional, para emplear a casi medio millón de personas. En Colombia, la economía creativa aporta el 2.4% del PIB. Y, en México, estas industrias contribuyen al 4.5% del PIB con casi 1.5 millones de empleos formales.
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