En el eco final de los pasillos de mármol, aún se escucha el lamento de aquellos que esperan, de aquellos que ya no están

En el eco distante de los pasillos de mármol, donde el sol apenas se atreve a entrar, la justicia en México se convierte en un murmullo sordo, un rumor de esperanza perdido en la niebla de la impunidad, donde las voces de los ausentes resuenan en la oscuridad, donde los nombres sin rostro piden justicia en el silencio de los expedientes sin cerrar. En cada pliego arrugado de los archivos judiciales, late un esfuerzo que no se rinde, una verdad que sigue buscando luz en un sistema de ‘justicia’ que permanece ciego, sordo, y ajeno a los mexicanos.

Hace 30 años, un hombre al que le quitaron la vida ya acusaba: “veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada, de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla” (Colosio).
Así, tres décadas después, la impartición de justicia se encuentra en un estado deplorable. La justicia no es una promesa cumplida.

Más de 35,000 desapariciones forzadas entre 2019 y 2022 y solo 141 sentencias condenatorias por este delito revelan un porcentaje escalofriante de impunidad del 99.6%. No es mejor el panorama para los homicidios dolosos, donde la impunidad alcanza el 92.8%, y en el caso de los feminicidios, el porcentaje se sitúa en un preocupante 56.6%. Estas cifras no son solo estadísticas; son testimonios de un sistema que ha fallado a su gente, donde el derecho a la justicia se ha convertido en una auténtica excepción.

La realidad muestra que el acceso a la justicia en México está profundamente marcado por la desconfianza ciudadana. La percepción de que la corrupción y la falta de transparencia son prácticas comunes en el Poder Judicial se ha convertido en un consenso popular. La constante parece ser las sentencias injustas, eso sí, ‘muy apegadas a derecho’. El derecho como fin, y no como medio para impartir justicia. ¿Cuál es exactamente la ‘independencia’ que habría que salir a defender en un poder judicial que sirve al poder o al dinero?

La falta de acción del Poder Judicial Federal se ve claramente ilustrada en los más de 391 casos de denuncias por corrupción y nepotismo que se registraron en 2023, de los cuales solo tres servidores fueron vinculados a proceso. Aún más preocupante es la existencia de redes familiares que permean la estructura judicial, quienes han logrado colocar a parientes en puestos clave del sistema judicial. Estas redes constituyen verdaderas dinastías judiciales que manejan la ley a su favor, perpetuando un círculo vicioso de corrupción e impunidad.

En este contexto, la reforma al Poder Judicial Federal no solo es necesaria, sino impostergable. Los casos de corrupción y abusos se han multiplicado, evidenciando un uso indebido de fideicomisos y recursos públicos destinados al pago de privilegios incompatibles con una República democrática. El Consejo de la Judicatura Federal, con sus tibias respuestas, su pesada carga al erario y su evidente resistencia a la transparencia, no ha logrado frenar el deterioro de la confianza pública en la justicia. Lo alienta.

Mientras tanto, los sueldos de los empleados de menor rango, aquellos que realmente realizan el trabajo arduo, continúan siendo irrisorios; las instalaciones carecen de recursos tecnológicos básicos, y los expedientes se acumulan sin una respuesta efectiva. El sistema de justicia penal, que debía ser el garante de los derechos ciudadanos, se encuentra secuestrado por intereses privados y políticos. Está capturado, y en un estado deplorable.

El Poder Judicial Federal debe reformarse profundamente para desmantelar las redes de corrupción y nepotismo que lo han consumido. Esta reforma debe comenzar con la rendición de cuentas y la transparencia absoluta en el uso de los recursos públicos, eliminando los fideicomisos que financian privilegios injustificados, inamovibles, y devolviendo la justicia a los ciudadanos.

En el eco final de los pasillos de mármol, aún se escucha el lamento de aquellos que esperan, de aquellos que ya no están. Y en esa espera, la justicia mexicana tiene una deuda pendiente: una deuda con su propia gente, con su razón de ser, con cada nombre que ha sido olvidado en la bruma de la impunidad. Porque en un país donde la justicia decidió ser ciega y sorda, es hora de un cambio, uno que todos podamos ver y escuchar.

https://www.milenio.com/opinion/gabriel-torres-espinoza/con-pies-de-plomo/indefendibles