Donald Trump volvió a ser Donald Trump. Declaró una “emergencia económica” y anunció aranceles a todos los países del mundo —una jugada que definió como “día de la liberación”. En realidad, fue un disparo al pie vestido de patriotismo.
Desde su perspectiva, imponer un gravamen base del 10% a todas las importaciones es sinónimo de independencia económica. Sin embargo, el costo real lo pagarán los consumidores estadounidenses y, eventualmente, el resto del mundo. Lo que Trump vende como soberanía es, en el fondo, populismo económico con efectos recesivos.
El argumento de la reciprocidad comercial fue sustituido por una fórmula aritmética de dudosa racionalidad. La idea no es corregir asimetrías, sino castigar el comercio global en nombre del “America First”.
En realidad, los aranceles no los pagan los países sancionados, sino los importadores estadounidenses. Y éstos, a su vez, trasladan el costo a los consumidores. Gustavo Flores-Macías, de Cornell, lo explica sin rodeos. La inflación es la forma en la que los aranceles golpean el bolsillo del ciudadano. Es un impuesto disfrazado, regresivo e inflacionario.
Los efectos no se hicieron esperar. El Dow Jones cayó 900 puntos, el Nasdaq 4.28%, y el S&P 500, 3.38%. Empresas como Apple, Nike o Walmart —con cadenas de suministro globalizadas— vieron desplomarse su valor. En total, más de 6.4 billones de dólares evaporados en solo dos días.
Jerome Powell, presidente de la Fed, fue claro. Más inflación, menor crecimiento. Y aunque la Casa Blanca minimiza el impacto, el Banco más grande de EE.UU. ya eleva la probabilidad de una recesión global al 60%.
México y Canadá, gracias al T-MEC, recibieron un “trato preferente”. Para el gobierno de Sheinbaum, esto fue un triunfo diplomático. No obstante, el nuevo orden comercial basado en tarifas pone en jaque cualquier tratado multilateral.
Si el mundo responde con medidas espejo —como ya anunció China— lo que se avecina no es una guerra comercial, sino una desaceleración sincronizada. Trump llama a esto “liberación”. Pero en los hechos, es un cerco que Estados Unidos se impone a sí mismo. Y, como suele ocurrir con los muros, terminan encerrando más a quienes los construyen que a quienes intentan evadirlos.