El Verde nunca llegó ‘al altar’ con principios, sino con expectativas de cuotas, cargos y convenios

El Partido Verde Ecologista de México (PVEM) no es un partido político, sino una empresa electoral de alianzas estratégicas, y su historial lo confirma. Hoy, su relación con Morena atraviesa una fase que muchos califican como crisis; sin embargo, quien repasa la historia del Verde sabe que esta no es una excepción, sino parte de un patrón, las alianzas que nacen de la conveniencia, no de la convicción.

El PVEM no fue siempre el partido camaleónico que hoy conocemos. Fundado en 1986 con una narrativa ambientalista -tan endeble como fugaz-, el Verde comenzó a ganar protagonismo en la escena nacional más por su astucia táctica, que por su fuerza ideológica. En el año 2000, el partido sorprendió al aliarse con el Partido Acción Nacional (PAN) para postular a Vicente Fox a la Presidencia. Se trató de una apuesta inusual, pues es un partido conservador, confesional y con agenda neoliberal, aliado con una organización que se decía ecologista y progresista. ¿Qué los unía? Solo el poder.

El matrimonio con el PAN duró lo que duran los fuegos artificiales. Mucho ruido, poca sustancia. Rápidamente el Verde acusó incumplimientos, rompió el acuerdo y se declaró traicionado. Pero lo cierto es que el Verde nunca llegó al altar con principios, sino con expectativas de cuotas, cargos y convenios. No hubo luna de miel; solo una breve ilusión de utilidad compartida.

A partir de 2003, el Verde selló una larga y cómoda relación con el PRI, primero como socio menor, luego como comparsa indispensable. En 2012, fue clave para la elección de Enrique Peña Nieto. A cambio, recibió diputaciones, senadurías, embajadas, y hasta fue cómplice en campañas multimillonarias -recordemos la multa histórica del INE por la propaganda ilegal disfrazada de “apoyo espontáneo” en redes y televisión-.

Llegó entonces la era de la Cuarta Transformación, y el Verde volvió a ajustar el tono, a ensayar una narrativa de izquierda, ahora vestido de aliado de Morena. En la elección de 2021 y 2024 fue parte de la coalición gobernante, obteniendo una vez más posiciones clave gracias al efecto arrastre. Pero, otra vez, comienzan los roces. Las tensiones por las candidaturas, las acusaciones de “ratas” dentro de Morena (proferidas por dirigentes del propio Verde), las agendas contradictorias y las diferencias estratégicas, muestran que la relación ya cruje.

Lo que el Verde no tolera -y ahí radica la clave del conflicto- es ser aliado sin dividendos. Si no hay gubernaturas, curules, embajadas o espacios de negociación, se activa su instinto de supervivencia, que es mutar, romper, reaparecer del otro lado. Hoy amenaza con ir solo en las elecciones de 2027, lo que en algunos casos sería suicida, en otros, apenas una estrategia de presión. Pero no hay duda, el Verde negocia con todos, y se compromete, con nadie.

POR GABRIEL TORRES ESPINOZA

PROFESOR E INVESTIGADOR DE LA UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA

@GABRIELTORRESES

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