En 2024, alrededor de 90 países fueron objeto de operaciones de manipulación informativa.
En tiempos en que se discute el rumbo de la economía global, sorprende que aún debamos recordar algo elemental: que sin información confiable no hay democracia, y sin democracia, no hay desarrollo sostenible. La reciente declaración de 11 economistas de prestigio mundial, entre ellos Joseph Stiglitz y Daron Acemoglu, no es un gesto retórico; es un diagnóstico urgente. Los medios de interés público, afirman, son la infraestructura invisible que sostiene el edificio económico y político de nuestras sociedades.
El dato es contundente. En 2024, alrededor de 90 países fueron objeto de operaciones de manipulación informativa patrocinadas por Estados. A ello se suma el auge de la inteligencia artificial generativa, que multiplica la capacidad de fabricar falsedades con apariencia de verdad. En este escenario, los medios independientes enfrentan una tormenta perfecta: la represión política, colapso de ingresos y un ecosistema digital dominado por plataformas cuyo modelo de negocio privilegia la viralidad por encima de la veracidad.
Lo que Stiglitz y Acemoglu plantean no es una defensa romántica del periodismo, sino una verdad económica; la información es un bien público. Como ocurre con el aire limpio o con la seguridad, el mercado, por sí solo, no garantiza su provisión en los niveles que la sociedad requiere. La analogía es reveladora. Así como los bancos centrales aseguran la confianza en el sistema financiero, los medios de interés público sostienen la confianza en el sistema democrático.
El periodismo, cuando funciona, genera retornos medibles. Los Panama Papers son prueba fehaciente, pues nueve años después las investigaciones derivadas de aquel trabajo periodístico permitieron recuperar mil 860 millones de dólares en impuestos evadidos. Francia, sólo por citar un caso, recaudó más de 450 millones de euros. La pregunta es obvia, ¿qué gobierno sensato renunciaría a un mecanismo que, además de fiscalizar al poder, devuelve beneficios económicos directos y fortalece la gobernanza?
Pero aquí aparece la contradicción de nuestra era. Mientras los regímenes autoritarios invierten sumas colosales en propaganda, las democracias apenas destinan migajas a proteger sus propios sistemas de información. Es una paradoja peligrosa, pues se deja desarmada a la ciudadanía frente al arsenal de la desinformación, al tiempo que se erosiona el capital social indispensable para enfrentar crisis económicas, climáticas o sanitarias.
Sin un marco sólido de información veraz, seamos claros, ni el crecimiento económico ni la justicia social tendrán suelo firme. El futuro de la economía digitalizada no se mide sólo en algoritmos o datos, sino en la calidad del relato colectivo que somos capaces de sostener. Y ese relato empieza por defender el periodismo como lo que es, justo como el banco central de la verdad pública.
POR GABRIEL TORRES
PROFESOR E INVESTIGADOR EN LA UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA
@GABRIELTORRESES
