Imagen: Twitter/ Andrés Manuel López Obrador

El día de ayer, el Presidente de México anunció en su cuenta oficial de Twitter: “Lamento informarles que estoy contagiado de COVID-19. Los síntomas son leves, pero ya estoy en tratamiento médico”.

No es el primer mandatario que enferma de coronavirus. Son ya 17 los Jefes de Estado y/o de Gobierno que se han contagiado. El primero de todos fue el Primer Ministro británico, Boris Johnson, quien, en marzo del año pasado, llegó incluso a necesitar de una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Otros mandatarios que se han contagiado de SARS-CoV-2, han sido el primer ministro ruso, Mikhail Mishustin; Jair Bolsonaro, presidente de Brasil; Donald Trump, presidente de Estados Unidos; y Emmanuel Macron, el presidente galo. De los 17 casos registrados a nivel global, únicamente el primer ministro de Suazilandia, Ambrose Dlamini, falleció a causa del coronavirus.

Mensajes de aliento deseando una pronta recuperación al Jefe de Estado devinieron tanto de actores políticos y líderes de oposición, como de aquellos afines a la 4T. No obstante, el característico discurso hostil, de odio, que encarna el mal humor social entre los mexicanos, se hizo presente también entre alguna parte de la sociedad. Pudo advertirse cómo un buen número de cuentas en Twitter celebraban esta terrible noticia, llegando a desear consecuencias funestas e irreparables para el mandatario mexicano. Todo esto motivó a que este medio social, a través de su cuenta ‘Twitter Seguro’, hiciera una publicación sobre el “comportamiento abusivo” en el que, grosso modo, señalaba “no toleramos contenido que promueva, incite o exprese el deseo o esperanza de que una persona o grupo de personas se mueran, sufran daños físicos graves o se vean afectados por enfermedades severas”.

De forma que la censura o suspensión de cuentas parece será la medida de control a la que estarán sujetos una infinidad de cuentas. Twitter lo hizo, de manera atinada, con el presidente del país más poderoso del Mundo, Donald Trump, cuando incitaba al ‘discurso de odio’, profería un sinfín de fake news e incitaba a la insurrección. En esta ocasión no debe ser la excepción.
El Institut de Drets Humans de Catalunya, sobre el ‘discurso de odio’, observa que “No existe una única definición aceptada; y es que expresiones y manifestaciones que incitan al odio y la intolerancia pueden ser difíciles de identificar (…) El discurso del odio a menudo se ampara en la libertad de expresión, una libertad que no es absoluta y está limitada cuando colisiona con otros derechos”. Lo que parece ser un hecho es que, la teorización referente a este concepto, ubica al mensaje de odio que es azuzado desde el poder, y que regularmente se basa en algún tipo de supremacismo, frente a minorías específicas de una sociedad. No obstante, todo esto motiva a reflexionar en la necesidad de crear y sancionar un discurso equiparable que surge desde el seno de la sociedad. Ambos son igualmente peligrosos para una democracia.
A las 21 horas ya se colocó un hashtag a nivel nacional: #NoLeCreo que negaba el contagio del Presidente. De forma que otro fenómeno de la era digital se hizo presente: la posverdad: “toda información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público”.
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