La Humanidad afrontará en las próximas tres décadas, tanto en países desarrollados, como no desarrollados: I) el cambio climático; II) la escasez de agua; III) el suministro de energía; IV) la prevención y gestión de nuevas pandemias; y V) la gobernación de las ciudades derivado del fenómeno de ‘hiperconcentración’ poblacional [en 2050, un 70% vivirá en ellas].

No obstante, el derecho al agua y el derecho a la ciudad tienen incidencia en los cinco problemas anteriores. El creciente y cada vez más recurrente desabasto del líquido vital, parece representar una ‘nueva normalidad’. Aunque ello no deriva, por ahora, de la insuficiencia de este ‘bien frágil’, sino de su terrible gestión. Por ello, resulta ineludible ‘reconectar’ el derecho al agua, con el derecho a la ciudad. De forma que debe afianzarse la ‘seguridad hídrica’ de las urbes, tanto en su cantidad como en su calidad.

En Jalisco se ha ignorado el impacto de los cambios de uso de suelo, para ‘el ciclo del agua’. Se destruyeron, secaron o contaminaron nuestras propias fuentes. El crecimiento irracional de nuestra Zona Metropolitana inhibe la infiltración y recarga del agua subterránea, para descomponer los ‘sistemas hídricos’ superficiales (generando inundaciones, p. ej.) y del subsuelo (que propician desabasto). El suelo y su debido ordenamiento proveerían ‘servicios ambientales hídricos’ que son hoy fundamentales: retención, regulación, filtración y entrega del agua. De ahí la importancia de asegurar el modelo de ‘ciudad esponja’, o de lo contrario sufriremos un ineludible ‘estrés hídrico’ que ocurre cuando la demanda supera a su disponibilidad. De modo que el adecuado ordenamiento del territorio no sólo favorece la ‘sostenibilidad del agua’, sino el correcto funcionamiento de todo el ‘metabolismo urbano’.

Pero nada de esto se protege en Jalisco, que por corrupción -no ausencia de leyes- padece un tipo de construcción depredadora, de un salvajismo sin precedente, que atiende únicamente a la especulación del suelo y no a la disponibilidad de los fluidos para la vida en la ciudad: agua, aire y luz. Es decir, a la política de la vida o ‘biopolítica’.

De forma que atestiguamos cada vez más ‘incendios severos’ en La Primavera -cinco veces mayor al promedio- que no es más que la antesala para la edificación de más zonas residenciales sobre Áreas Naturales Protegidas (ANP), como finalmente ocurrió con el fraccionamiento ‘El Cielo’. A ello abonan jueces corruptos que se convirtieron en el enemigo público de la ciudad (TJAJ). Poco a poco se mutila el área del ‘Bosque de La Primavera’, esencialmente para favorecer intereses de constructores. El consejero de la judicatura, Iván Novia, despacha la defensa de un particular, y cabildea jueces, para que se le entregue Colomos III, a una Familia que él representa ¡ilegalmente! El Bajío se encuentra en el mismo asedio ante el irregular crecimiento de asentamientos humanos y la preventa ilícita de las Villas Panamericanas. El despojo a la ciudad con Iconia, un complejo inmobiliario que iguala en dimensiones a la corrupción e impunidad que lo solapa, y que pretende robarse un predio público, que fue adquirido para ser parque. Habitar, no es sólo construir o edificar, sino especialmente, equilibrar la ciudad.

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