La doctrina constitucional norteamericana estableció los ‘checks and balances’, para impedir que un poder sostenga una ‘excesiva primacía’ sobre el resto. Los frenos y contrapesos son consustanciales para la democracia y el ejercicio pleno de las libertades. Señala Montesquieu que “cuando los poderes Legislativo y Ejecutivo se subordinan, no puede asegurarse libertad”. Refiere al necesario equilibrio entre poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, que ahora incluye a los Organismos Constitucionalmente Autónomos (OCA’s), para que ningún poder se extralimite en sus facultades.

Resulta oportuno preguntarse, ¿por qué los gobiernos reaccionan con molestia en contra del trabajo de algunos medios de comunicación? Porque las instituciones que debieran realizar esos frenos y equilibrios, están subordinadas, son cómplices o se encuentran ‘moralmente derrotadas’. De forma que el periodismo crítico, el que investiga, el que denuncia, el que sí disiente y que muestra las pifias y excesos de quienes detentan el poder, resulta fastidioso para quienes gobiernan sin frenos, ni contrapesos. Ese trabajo diario de los medios de comunicación, con grandes asimetrías, lleno de diferencias y hasta contradicciones, es, en este momento, el único contrapeso real a esos liderazgos despóticos, que no admiten otra versión de la realidad, que la propia.

El periodismo crítico cumple una actividad muy relevante. La crítica es el derecho que corresponde a las minorías, para fiscalizar a las mayorías constituidas en gobierno: sea en el ámbito de los partidos, de las organizaciones de la sociedad civil o de la libertad de expresión, a través del periodismo libre. Sin frenos y equilibrios, no están garantizadas las más elementales libertades y, por consiguiente, la democracia.

Pero es verdad, a los partidos de oposición corresponde fiscalizar de cerca las tareas del gobierno, equilibrar sus procesos, constituirse en un contrapeso y, eventualmente, denunciar ante la autoridad los excesos y la corrupción. Pero, ¡nada de ello ocurre! Son las páginas de los diarios, los sitios Web, los micrófonos de la radio y las cámaras de la televisión las que consignan sendas investigaciones, semana con semana, sobre los excesos del poder y la corrupción. Esos que pasan desapercibidos para las contralorías, los sistemas anticorrupción y los partidos de oposición, cómplices, que prefieren las zonas de confort del presupuesto y las migajas que caen de la mesa de la corrupción. A los poderes, que se deberían equilibrar, concierne vigilar que la legalidad se observe. Pero el cinismo con que actúa la clase política que dice refundar o transformar, no deja espacio para la legalidad, la pluralidad o la rendición de cuentas.

Los representantes populares, electos por votos, se humillan al cumplir caprichos y justificar desplantes ilegales. Se someten para darle cauce a las fobias y a los ajustes de cuentas contra quien se atreva a ejercer el derecho democrático a la crítica. Precisamente por eso, el espacio de libertad de investigación y crítica de algunos medios, por más disímbolos y heterogéneos que puedan resultar, es percibido como la piedra en el zapato.

Mi columna también la puedes encontrar aquí, en Milenio.