La historia reciente ofrece numerosos ejemplos de cómo el periodismo de control ha sido más eficaz que los organismos diseñados para ‘combatir la corrupción’. Watergate (1972–74); no fue el FBI, ni una comisión legislativa quien descubrió la red de espionaje político que llevó a la caída de Nixon, sino que fueron dos periodistas de The Washington Post. Panama Papers (2016); una investigación coordinada por más de 100 medios internacionales reveló redes globales de evasión fiscal. Los sistemas tributarios y financieros de varios países fueron evidenciados como cómplices por omisión.

La Estafa Maestra (México, 2017); Animal Político y Mexicanos Contra la Corrupción destaparon el desvío de más de 7 mil millones de pesos mediante universidades y empresas fantasma ¿Dónde estaban los órganos de fiscalización? ¿Dónde la Secretaría de la Función Pública? Llegaron después. La prensa llegó primero. Caso Odebrecht (Latinoamérica); aunque judicializado, el escándalo tomó dimensión continental, gracias a las revelaciones de periodistas que conectaron la red de sobornos con presidentes, campañas políticas y proyectos públicos.

Estudios del Reuters Institute for the Study of Journalism y del Journalist’s Resource documentan cómo la existencia de periodismo independiente correlaciona con una mayor rendición de cuentas y menores índices de impunidad. El efecto “disuasivo” que provoca la posibilidad de ser expuesto públicamente, ha demostrado ser más inmediato y eficaz, que muchos sistemas institucionales que, por diseño o captura política, carecen de dientes. Incluso en contextos autoritarios, el periodismo watchdog —cuando logra escapar a la censura— puede provocar cambios sociales significativos. 

Es el caso de colectivos como Quinto Elemento Lab, Zona Docs, Perimetral o Connectas, que desde diversas regiones investigan desapariciones forzadas, desvío de recursos y redes de influencia, que no aparecen en auditorías. Son ellos quienes sacuden el letargo institucional, y activan el debate público.

Así las cosas, en lugar de invertir millones en estructuras burocráticas, que terminan como simuladores, los gobiernos y la sociedad deberían proteger y garantizar las condiciones para un periodismo libre, crítico, riguroso y sin amenazas. Porque al final –lo hemos visto– el único instrumento anticorrupción que sí da resultados, sin cargarle la factura al contribuyente… es el periodismo crítico e independiente.
https://www.milenio.com/opinion/gabriel-torres-espinoza/con-pies-de-plomo/el-watchdog-journalism

El watchdog journalism (Annel Vázquez dixit) —o periodismo de control— se define por su papel de vigilancia crítica frente al poder público y privado. A través de la investigación independiente, el análisis documental, la verificación y la denuncia pública, este tipo de periodismo expone actos de corrupción, abuso, negligencia o ilegalidad. Pero su repercusión va más allá de informar, pues activa dinámicas sociales y redes digitales que presionan al poder y lo obligan a responder, como ocurrió esta semana con el caso del SIAPA en Jalisco.

La historia reciente ofrece numerosos ejemplos de cómo el periodismo de control ha sido más eficaz que los organismos diseñados para ‘combatir la corrupción’. Watergate (1972–74); no fue el FBI, ni una comisión legislativa quien descubrió la red de espionaje político que llevó a la caída de Nixon, sino que fueron dos periodistas de The Washington Post. Panama Papers (2016); una investigación coordinada por más de 100 medios internacionales reveló redes globales de evasión fiscal. Los sistemas tributarios y financieros de varios países fueron evidenciados como cómplices por omisión.

La Estafa Maestra (México, 2017); Animal Político y Mexicanos Contra la Corrupción destaparon el desvío de más de 7 mil millones de pesos mediante universidades y empresas fantasma ¿Dónde estaban los órganos de fiscalización? ¿Dónde la Secretaría de la Función Pública? Llegaron después. La prensa llegó primero. Caso Odebrecht (Latinoamérica); aunque judicializado, el escándalo tomó dimensión continental, gracias a las revelaciones de periodistas que conectaron la red de sobornos con presidentes, campañas políticas y proyectos públicos.

Estudios del Reuters Institute for the Study of Journalism y del Journalist’s Resource documentan cómo la existencia de periodismo independiente correlaciona con una mayor rendición de cuentas y menores índices de impunidad. El efecto “disuasivo” que provoca la posibilidad de ser expuesto públicamente, ha demostrado ser más inmediato y eficaz, que muchos sistemas institucionales que, por diseño o captura política, carecen de dientes. Incluso en contextos autoritarios, el periodismo watchdog —cuando logra escapar a la censura— puede provocar cambios sociales significativos. 

Es el caso de colectivos como Quinto Elemento Lab, Zona Docs, Perimetral o Connectas, que desde diversas regiones investigan desapariciones forzadas, desvío de recursos y redes de influencia, que no aparecen en auditorías. Son ellos quienes sacuden el letargo institucional, y activan el debate público.

Así las cosas, en lugar de invertir millones en estructuras burocráticas, que terminan como simuladores, los gobiernos y la sociedad deberían proteger y garantizar las condiciones para un periodismo libre, crítico, riguroso y sin amenazas. Porque al final –lo hemos visto– el único instrumento anticorrupción que sí da resultados, sin cargarle la factura al contribuyente… es el periodismo crítico e independiente.

https://www.milenio.com/opinion/gabriel-torres-espinoza/con-pies-de-plomo/el-watchdog-journalism