A dos días de que se conmemore el Día Mundial de la Televisión, como cada 21 de noviembre desde hace 25 años, Gabriel Torres Espinoza, presidente de la Asociación de Televisión Educativa Iberoamericana (ATEI) y director del Sistema Universitario de Radio, Televisión y Cinematografía de la Universidad de Guadalajara (UdeG), habla sobre la importancia de la credibilidad, de la necesidad imperante de difundir los contenidos audiovisuales en un formato completamente digital y multiplataforma; y sobre el valor de los medios de comunicación, como vehículos para el ejercicio de derechos humanos fundamentales para toda democracia.

¿Tiene futuro la televisión tradicional?

La televisión tradicional o televisión convencional, entendida como aquella que es radiodifundida en el espacio radioeléctrico, y mejor conocida como la TV Abierta, tendrá el futuro, o mejor dicho, los años de vida que determine el cierre total de la brecha digital. Desde luego, el acceso a Internet y a un dispositivo fijo (Smart TV o PC), móvil (Laptop, Tablet) o personal (Smartphone), esto es, la conectividad digital de toda nación o localidad tendrá asincrónicos derroteros. Eso dependerá de la inversión público y privada que un país haga para ‘cerrar’ por completo de la brecha digital, lo que dependerá de muchísimos factores, sociales, culturales.

¿Cuál tendría que ser la apuesta de las televisoras locales?

Algunas tendencias que tendrían que asumir la televisión local en Jalisco son: difundir todos sus contenidos audiovisuales en un formato completamente digital y multiplataforma; conciliar el binomio atractivo con contenido para las audiencias. A efectos de superar los marginales niveles de rating que le han caracterizado, por un simple, revelador y llano argumento: no hay televisión pública, sin público; afianzar el fenómeno de la televisión de proximidad, que produce contenidos socialmente relevantes, útiles, responsables y pertinentes para las comunidades que se encuentran dentro de la cobertura de su señal radiodifundida, al discutir, investigar y poner ‘sobre la mesa’ aquellos temas relevantes para la sociedad y que, en no pocas ocasiones, son omitidos por la televisión comercial: establecerse como un eficaz medio de comunicación para la divulgación de la ciencia, la cultura y la tecnología, lo que resulta especialmente relevante en tiempos de pandemia como el que estamos experimentando actualmente; y afianzar la sana convergencia entre las televisoras públicas y las audiencias para la cabal y oportuna gestión de los contenidos que habrán de producirse y difundirse en su parrilla de programación, a través de una efectiva, constante y directa retroalimentación con los televidentes.

¿Para qué tendrían que servir las televisoras universitarias en tiempos como los que vivimos?

Tiene muchísimo por hacer. Me explico. Bien puede decirse que las televisiones universitarias están llamadas a difundir contenidos audiovisuales de relevancia, pertinencia y utilidad social, que formen e informen a los televidentes, a través de una propuesta televisiva creativa e innovadora que incida por igual en el contenido como en el atractivo para las audiencias, en contraposición a la evidente dominación mediática de los medios comerciales —amplios difusores de la ‘telebasura’, el ‘teleshow’ y demás truculencias audiovisuales— y de aquellos medios públicos evidentemente pro ‘oficialistas’ o ‘gubernamentalistas’.

Ahora bien, ¿para qué sirve y en qué pueden diferenciarse una televisión universitaria? En principio, debe precisarse que el principal activo, en la era digital, de un medio de comunicación, además de la inmediatez y la pertinencia de sus contenidos, es la credibilidad, que deriva del análisis riguroso, objetivo, imparcial, racional, serio, metodológico y veraz sobre los principales acontecimientos de la vida pública y los más reveladores y trascendentales hallazgos del quehacer científico y tecnológico. Y qué mejor que un medio universitario para asumir tal reto, que sustenta su ineludible compromiso con estos principios a luz de: su autonomía constitucional, dispuesta en la Fracción VII, del artículo 3° de nuestra Carta Magna; y de la histórica e inquebrantable tradición académica y científica de su muy robusta y plural comunidad universitaria, aupada, por centurias, en la libertad de pensamiento y de cátedra. Tú, como medio de comunicación, no puedes difundir ‘telebasura’ amparado en el falaz argumento de que eso es lo que a la gente le gusta ver o consumir. Y tenía toda la razón. Los medios de comunicación, como ‘vehículos’ para el ejercicio de derechos humanos fundamentales para toda democracia, como lo es la libertad de expresión y el derecho de acceso a la información, deben ser conducidos con un sentido y una visión escrupulosamente democrática. Los medios tenemos una gran responsabilidad: que es la de informar, no la desinformar.

Una nota de Teresa Sánchez Vilches para Milenio.