Efectivamente, no sólo se celebró la elección más grande de la historia democrática de nuestro país, tanto por el número de cargos de elección popular en disputa [21 mil 383 cargos en total: 15 gubernaturas, 500 diputaciones federales, mil 63 diputaciones locales y mil 926 de entre alcaldías (incluyendo regidurías) y juntas municipales] como por la magnitud del listado nominal [93 millones 328 mil 771 mil electores]. Fue también la elección federal más violenta, desde que aconteció la alternancia político-partidaria, en el Ejecutivo Federal, en el año 2000.

De acuerdo con Integralia Consultores, entre septiembre de 2020 y abril de 2021, fueron 143 los aspirantes a cargos de elección asesinados: 120 hombres y 23 mujeres. Por otro lado, ya en tiempo de campañas, de acuerdo con la consultora Etellekt, fueron 91 los candidatos asesinados y 910 los que sufrieron algún tipo de violencia [amenazas, secuestros, ataques, golpes, etcétera]. De forma que esta ‘fiesta democrática’ estuvo caracterizada, antes bien, por sus trágicos claroscuros.

Por otro lado, resultaría venturoso que, para nuestra menospreciada o infravalorada democracia [sólo el 38% de los mexicanos dice “apoyar a la democracia”, de acuerdo con el Latinobarómetro 2018], la participación electoral haya sido amplia y robusta. Al momento de escribir estas líneas, aún no se tiene un cálculo oficial de ella, no obstante, sería una muy buena noticia que, la actual jornada, se encontrara cercana al promedio de participación ciudadana registrada en las últimas cinco elecciones intermedias federales [1991, 1997, 2003, 2009 y 2015], que ha sido del 51.29 por ciento. Desde luego, estaría por verse si termina por superar la participación electoral de 2015 que fue del 47.07 por ciento —por cierto, la más alta de entre las elecciones federales intermedias de 2003 a 2015—. Por supuesto, lo más importante es que se siga fortaleciendo, a través del sufragio, el valor cívico de la ciudadanía, el aprecio por nuestra democracia y/o la confiabilidad de nuestro sistema electoral.

Para destacar está que se superó la tendencia de que todos los gobernadores, después de la alternancia en Jalisco, perdían la mayoría del Congreso en las elecciones intermedias. A partir de los resultados preliminares, parece ser que Movimiento Ciudadano, SIN Alfaro en la boleta, logró sostener una mayoría de diputados en el Congreso del estado. El asunto no es nada menor. Se explica por una campaña bien organizada y ejecutada. Cierto, con un partido y un gobierno con mucho desgaste, pero con una oposición dividida, desorganizada y con su principal rival en Jalisco, Morena, en franca guerra interna. La derrota de Morena en Jalisco es sólo atribuible a ellos mismos, a su incapacidad para cerrar filas a su interior y al conflicto que inició de baja intensidad y terminó abierto entre Lomelí y Uribe. Lograron el resultado que cultivaron con la sordidez de su comportamiento. Renuentes siempre a la unidad interna, ya se disputaban una gubernatura, sin haber ganado antes las elecciones municipales. No podría resultar otra cosa del desastre de campaña que protagonizaron. La tierra es de quien la trabaja.

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