Durante el 238 aniversario del natalicio de Simón Bolivar, en el Castillo de Chapultepec, el presidente López Obrador propuso que la Organización de Estados Americanos (OEA) sea sustituida por un nuevo organismo que integre a todos los países de América Latina y el Caribe. «La propuesta es, ni más ni menos, que construir algo semejante a la Unión Europea, pero apegado a nuestra historia, nuestra realidad y a nuestras identidades. En ese espíritu no debe descartarse la sustitución de la OEA por un organismo verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie, sino mediador a petición y aceptación de las partes en conflicto en asuntos de derechos humanos y de democracia». El presidente argumentó sobre la necesidad de replantear al organismo internacional para dejar de ser «un organismo al servicio de intereses ajenos a América Latina».
El mandatario federal destacó que ya no puede sostenerse la misma política de hace 200 años, caracterizada por la «invasión» para poner a gobernantes a voluntad de lo que denominó «hiperpotencia». Sin embargo, también destacó la necesidad de que la región colabore estrechamente con Estados Unidos.
Es, precisamente, el sueño de Bolívar (que data de más de 200 años). Para ello se tendría que dejar de lado los nacionalismos, para buscar una mayor integración de los pueblos. Empero, ¿cómo sería posible con los protagonismos y antagonismos propios de los gobernantes latinoamericanos. Un propósito así, no avanzó ni en los tiempos de Fidel Castro, Lula, Evo Morales, Rafael Correa, Hugo Chávez y Cristina Fernández. Una empresa de esta magnitud advertiría una negociación que, por lo menos llevaría, dos décadas. Además, tendría que superar las complicaciones derivadas de las alternancias político-electorales en los jefes de Estado, como congresos de las naciones latinoamericanas.
Posterior a la Caída del Muro de Berlín, y el fin de la Guerra Fría, todo indicaba que la integración económica regional y en bloques se apuntalaba como una tendencia político-económica para el ‘Nuevo Orden Mundial’. Incluso, en sus últimos años de vida, Fidel Castro era muy enfático al señalar que ‘el libre mercado’, ‘la globalización’ y la ‘integración económica regional o en bloques’ se había convertido en un fenómeno tan ineludible e infalible, como la misma Ley de la Gravedad. Advinieron modelos paradigmáticos de lo anterior: La Unión Europea, tal y como la conocemos hoy, nacida en 1993 [su antecedente fue la Comunidad Económica Europea, iniciada en 1957]. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que entró en vigencia en 1994. El Acuerdo Transpacífico que, aunque entró en vigor en 2006, tuvo el decidido impulso de Barack Obama en 2008.
La ‘integración’, es más probable que suceda por razones económicas, que de Estado. América se podrá integrar, pero gracias al mercado, no a los gobiernos. Básicamente porque la integración económica es un instrumento de desarrollo que no sólo está a disposición de los países de mercado insuficiente, sino también de los países grandes que desean ampliar su ámbito económico, y que consiste en la articulación productiva, comercial y aduanera de varios de ellos para formar un espacio económico más amplio, que les posibilite el desenvolvimiento económico y social.
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