En un país donde la desaparición de personas se ha convertido en una tragedia cotidiana, hay quienes decidieron no esperar más. Mujeres —en su mayoría madres— que cambiaron el luto por la pala, el duelo por la búsqueda y el miedo por la esperanza. Son ellas quienes, ante la inacción y negligencia de las autoridades, han convertido el dolor en una metodología, la angustia en conocimiento técnico, y el abandono institucional en una lucha constante por la verdad.
Desde 2016, decenas de colectivos en todo el país han organizado brigadas nacionales de búsqueda. Lejos de improvisar, estas mujeres han desarrollado sus propios protocolos, han aprendido técnicas forenses y han compartido saberes en encuentros que son, al mismo tiempo, espacios de duelo y de ciencia empírica. Han creado herramientas como la varilla en forma de “T”, diseñada por ellas mismas para escarbar en fosas sin dañar posibles restos óseos. Cada hallazgo —un diente, una vértebra, un zapato— es también un acto de justicia.
En números, sus resultados desbordan cualquier discurso oficial. Al menos 1,200 personas sin vida han sido encontradas por buscadoras en fosas clandestinas y unas 1,300 localizadas con vida, en hospitales, cárceles, albergues o calles del país. Y lo hacen sin sueldo, sin reconocimiento institucional, sin garantías. Buscar a sus hijos e hijas no puede ser un crimen.
Las buscadoras son ignoradas en las mesas de decisión, revictimizadas en el discurso público y violentadas en el campo. Han sido amenazadas, agredidas, desaparecidas, asesinadas. Se registran ya 22 homicidios documentados contra personas buscadoras. La impunidad, otra forma de sepultura. A pesar de todo, siguen. Caminan baldíos, cruzan ríos, recorren desiertos, suben cerros, se adentran en casas abandonadas, preguntan a personas en situación de calle, a trabajadoras sexuales, a quienes lo han visto todo. Son la brújula ética de un país que parece haber perdido el norte.
Los colectivos de madres y padres buscadores no solo han encontrado restos y personas con vida; han expuesto la estructura rota del país. Han demostrado que la búsqueda es también un ejercicio de memoria colectiva y resistencia. Que en este México, la injusticia comienza cuando una madre se ve obligada a escarbar.
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