El próximo miércoles la robusta comunidad de la Universidad de Guadalajara realizará otra protesta para exigir al Gobierno del Estado y al Congreso de del estado, un presupuesto justo que le permita satisfacer las crecientes, apremiantes e ignoradas demandas de educación media superior y de educación superior para miles de jóvenes jaliscienses.
Conviene preguntarse ¿por qué surgen y qué significan estas movilizaciones sociales?
En principio debe decirse que, en el concierto internacional, las manifestaciones sociales pacíficas surgen, con mayor frecuencia, definición y determinación, posterior al surgimiento de dos acontecimientos históricos de la mayor importancia: la Revolución Francesa —con su legado fundamental: la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano— y la Revolución Industrial —ante los problemas sociales generados por el capitalismo post-industrial, como la desigualdad, p. ej.—.
Las movilizaciones sociales, en sus muy diversas y variadas tipologías (manifestaciones, marchas, huelgas, protestas, resistencias civiles, p. ej.), hacen referencia a un movimiento, con intereses legítimos y públicos, bien definidos, en el que una numerosa agrupación de personas, de manera transitoria, lucha por la consecución, defensa u oposición de una idea o principio que es impuesto o ignorado por quienes detentan el poder, de manera autoritaria.
Se dice que es “transitoria” porque esta movilización social, a diferencia de un movimiento político, carece de ideología y programa de gobierno —elementos constitutivos de un partido político, p. ej.—, toda vez que desaparece después de ver atendidas sus demandas sociales. De forma que, a esta forma de protesta, no le distingue, en absoluto, la violencia ni la suplantación de la autoridad o la toma del poder —como ocurre con la revolución, la rebelión y el golpismo—, sino que, lo que pretende, es precisamente el reconocimiento y la atención a su legítima causa, reivindicación y lucha social, frente a quienes reconoce como autoridad, y como gobierno.
Es así como, en los últimos años, las manifestaciones sociales se han convertido en el modelo por antonomasia de la transformación social, de la ‘res pública’. Abundan ejemplos de lo anterior. Pero son también el último recurso que ejerce libremente la sociedad, frente a una autoridad que se niega a escuchar y se cierra al diálogo. Además, las marchas son una protesta social pacífica que se opone, siempre, a un tipo estructural de violencia por parte de la autoridad: política, presupuestal, institucional, legal.
Finalmente, podría decirse que lo que explica a una manifestación social es la búsqueda de un gran acuerdo social y una negociación razonable con la autoridad, en la que se pretende visibilizar una afectación, afrenta e injusticia social, que es planteada como premisa dialógica, con el objeto de reivindicar derechos frente a la vejación y obcecación gubernamental.
De modo que, aunque ciertamente resulta paradójico el hecho de las marchas y protestas sociales sean ‘capital social’ y ‘colectivos de expresión democrática’, también es cierto que éstas surgen de cara a agresiones y violencias políticas de carácter estructural, que deben ser reclamadas en la calle.