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Actualmente la vacuna para el coronavirus es un bien muy preciado, y también muy escaso en el planeta. A la luz de los hechos, resulta prácticamente imposible que, para este año, se alcance la ‘inmunidad rebaño’ entre la población mundial [que el 75% de las personas adquieran anticuerpos]. Lo anterior no sólo deriva del hecho de que todas las farmacéuticas que han superado satisfactoriamente la Fase III, en el desarrollo de la vacuna, se observan absolutamente rebasadas para cumplir, siquiera, con los primeros contratos de compra que hicieron con los países más ricos del orbe, sino por el ralentizado proceso de aprobación que exigen los ministerios de sanidad en cualquier país del mundo, para poder aplicarla.

Lo anterior evidencia también la impostergable discusión que debe asumir el mundo entero en un asunto de la mayor importancia: el acceso a la vacuna. Más allá de la discusión trasnochada referente a la brecha existente entre países ricos y pobres, existe una cuestión fundamental que debe ser replanteada. Veamos.
En materia de creación de una vacuna efectiva, frente a una pandemia, el actual modelo capitalista representa al mismo tiempo soluciones y problemas de igual magnitud. Si en sistemas capitalistas, la ciencia ha tenido un desarrollo mucho mayor que en sistemas comunistas, se debe a una sola cuestión: la patente. Como bien apunta, Guillem López-Casasnovas, director del Centro de Investigación en Economía y Salud de la Universidad Pompeu de Fabra: “el incentivo para innovar te lo da la patente”. La patente es, en efecto, el estímulo toral de la propiedad intelectual.
Si en todo el mundo se prevé la modalidad de expropiación ante razones de ‘utilidad pública’, en materia de propiedad privada (siempre y cuando se otorgue una ‘justa indemnización’), ¿por qué no existe algo equiparable en sus propios términos, a la expropiación, en materia de propiedad intelectual, ante situaciones de una emergencia global sanitaria, previendo, desde luego, una justa indemnización?
Más aún si se acredita la ineficiencia e insuficiencia de las farmacéuticas (el mercado), para producir los bienes (vacunas) que la sociedad necesita. No atender, lo anterior supone un escenario que podría ser mucho más catastrófico para la humanidad: el surgimiento de nuevas cepas – algunas de ellas más agresivas, como ya está ocurriendo- para las cuales la vacuna primigenia podría dejar ser efectiva, ante la falta de una ‘inmunidad rebaño’ en la población mundial.
Los indicadores de vacunación son preocupantes. Si acaso, una docena de países (no precisamente los más afectados), podrían alcanzar la ‘inmunidad rebaño’ al cierre de este año. De acuerdo con Statista (2020), actualmente, el número de dosis de vacunas contra el coronavirus administradas por cada 100 habitantes, lo lideran los siguientes países: (1º) Israel, con 61.66; (2º) Emiratos Árabes Unidos, con 38.92; (3º) Reino Unido, con 16.19; (4º) Estados Unidos, con 10.53; (5º) Bahréin, con 10.42. Muy por debajo, se encuentra México -como la inmensa mayoría de los 195 países del mundo-, con una tasa de apenas 0.54 dosis administradas por cada 100 habitantes. De cara a esta realidad, el modelo capitalista respecto de las patentes, debe ser, repensado.
https://www.milenio.com/opinion/gabriel-torres-espinoza/con-pies-de-plomo/la-vacuna-la-patente-y-el-capitalismo