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Los ‘jóvenes’ contra los ‘viejos’, propone la campaña presidencial de Movimiento Ciudadano. Mientras que, el presidente de la República y su partido, Morena, calculan su discurso entre “los corruptos, frente a los que no lo son”, los pobres (primero) versus los ricos”. Los de ‘abajo’ contra los de ‘arriba’; la gente común, versus “lo políticos encumbrados y enriquecidos”. De forma que será obvio el impacto y el corolario. Hablar de brechas sociales, no generacionales, resulta de mayor significación. La arenga que ambiciona enfrentar generaciones y ensanchar brechas entre edades, cae en los usos de maniobras tácticas francamente pobres. Esos sí, de la ‘vieja política’, pero con nuevas herramientas digitales. Se trata de los ‘nuevos’, representantes de lo ‘viejo’.
Como reflexiona Joaquín Estefanía en el diario español El País: “En qué momento se dejó de razonar en términos de clase social, de condiciones socioeconómicas (jóvenes ricos, jóvenes pobres, mayores acaudalados, mayores con pensiones mínimas), y se comenzó a analizar la realidad desde los arcaicos mitos generacionales: una misma situación que cristaliza en un esquema de ideas y actitudes que interpela la situación de un conjunto de sujetos: el edadismo, generación ‘Z’ frente a jubilados, etcétera”.
Tal vez sucede porque el abuso en la ‘consultoría’, suplanta el debate y la reflexión política. Empaña la obligación de los que se dedican a la función pública para identificar, mediante el diálogo, la sensibilidad y la conversación, las auténticas reivindicaciones sociales, a partir de pulsar las expectativas.
La “vieja política” está basada en estructuras verticales y decisiones unipersonales, advierte François-Xavier Guerra, en “De la Política Antigua a la Política Moderna”. Contrasta y argumenta con la “política moderna”, que -apunta- encuadra conceptos de colectividad, democracia, deliberación pública, participación ciudadana y responsabilidad política.
Sustancialmente, la ‘vieja política’ apela a la imposición, sin reflexión, de candidaturas. A promover a la persona más incondicional, sobre la ponderación política de las cartas credenciales de todas y todos los posibles aspirantes a candidatos. “Vieja política”, en México, se ha convertido en un lugar común para entender las prácticas y enfoques de quienes detentaron el poder político en décadas pasadas, desde gobiernos bajo las reglas del partido hegemónico. Porque, precisamente, una de las características más notables de la ‘vieja política’, es la concentración del poder, como justo ocurre ahora en Movimiento Ciudadano.
Para que un partido sea un contraste frente a la ‘vieja política’, debería practicar un mínimo de democracia interna, considerar la opinión de sus militantes, antes de designar de forma arbitraria un candidato o candidata. Ser receptivo a las opiniones políticas de quienes desempeñan los principales cargos públicos emanados del partido (simpatizantes o militantes) y a oponerse a la vieja -esa sí- maña del “destape” o el “madruguete”, que implica la validación de la voluntad única para mantener el status quo del partido. Lo ‘nuevo’, supone la deliberación colectiva de las decisiones y la adopción en apego a las reglas, estatutos y métodos de participación más amplios y abiertos. Cubrir, al menos, los requisitos mínimos de un proceso democrático. Precisamente, lo que no ocurrió en Movimiento Ciudadano para la designación de su abanderado presidencial.
A pesar de las mutaciones de políticos de diferente extracción social, a las filas de Movimiento Ciudadano, las peores prácticas del antiguo régimen no fueron reemplazadas, sino restauradas. De forma que, cuándo se pretende marcar una diferencia entre lo antiguo y lo moderno (la ‘vieja’ y la ‘nueva’ política), debe aplicarse un énfasis particular en observar el progreso en prácticas demócratas. El político del régimen autoritario, versus la actualidad, donde el concepto de ciudadanía y participación han evolucionado, con nuevas instituciones de la democracia.
Lo que se transmitió desde Nuevo León, a cargo del gobernador Samuel García, fue un ejercicio cínico y anodino, donde un gobernante trasgrede las reglas democráticas al incidir en el proceso electoral. De forma que no resulta, para nada exagerado, nombrarle, “banal”.
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