Gustavo de Hoyos/Imagen Internet

El empresario bajacaliforniano, Gustavo de Hoyos Walther, otrora presidente de la Coparmex (2016-2020), se ‘autodestapó’ para contender por la presidencia de la República en 2024, argumentando que “basta de políticos que no saben hacer las cosas (…) los mexicanos estamos hasta la madre de los políticos”. Sería un candidato apartidista, pues convocó a la ‘ciudadanía’ al “movimiento cívico de ciudadanos ‘Unid@s’”. Independientemente de su aspiración, parece otro ‘alfil’ que tiene ‘bajo la manga’ el empresario, activista, político y líder de facto del partidista Bloque Opositor (PRI-PAN-PRD), Claudio X. González.

Un fenómeno cada vez más evidente, en las democracias, es la incursión de los empresarios en la política —como ocurre y ocurrió paradigmáticamente en EE. UU. con Donald Trump—. La creciente desconfianza e inconformidad con la política, de cara al éxito, la fama y la fortuna que acumulan los grandes hombres de negocios ha llevado a la irrupción de este fenómeno. Se registra, también, la comprometida incursión de algunos políticos en los negocios de la iniciativa privada o su reclutamiento para grandes empresas. Esto es un contrasentido del oficio y formación que, en términos weberianos, incide en el vividor de la política, y no quien vive para la política.

Sostenía don Jesús Reyes Heroles, con la lucidez que le caracterizaba, que “ni los negocios deben llevar a la política, ni la política a los negocios. La mescolanza es hiriente.” Además, advertía que: “los negocios no se compadecen con la política. Los hombres de negocios y los políticos no deben confundirse ni, menos, caer en la doble función. Los únicos negocios que a los políticos o funcionarios nos deben interesar, son los negocios públicos. Los negociantes que se ocupen de los negocios privados”.

Coexiste una absoluta contrariedad entre el ser, pensar y actuar del político, respecto del empresario. Una dualidad que resulta irreconciliable al tiempo. En su significación más diáfana y original, mientras que al empresario lo guía, ineludiblemente, el interés individual (la rentabilidad de sus negocios); al político profesional, lo orienta el servicio público o eso que se aduce como ‘el bien común’. El empresario persigue legítimamente sus intereses económicos; los políticos no solo NO deben imponer intereses privados, sino que los concilian y concretan.

Al empresario lo identifica su marca; al político lo distingue su ideología (aunque ahora están esos mercaderes que dicen que los pensamientos les estorban; ellos no atienden geografías ideológicas). Mientras que la principal herramienta de trabajo del empresario es el capital; la del político es el servicio y el Estado. El empresario sirve a sus intereses, a su individualidad, a su propiedad privada. El político sirve a la colectividad, al Estado. El empresario vende bienes, servicios y mercancías. El político oferta un proyecto de gobierno, motivado (deberían) en ideas y principios axiológicos. Esto quiere decir que la actividad empresarial es, por definición, privada; mientras que la política es, por excelencia, colectivista, porque la razón de ser de la política es el servicio a la sociedad. Por eso, Reyes Heroles afirmaba que el político es, además, “un sacerdote laico: le toca manejar almas, manejar intereses, manejar ideas”.
PUBLICIDAD

El empresario, bajo su mercantilista visión, conceptualiza al Estado, como una mega empresa; es decir, como el agregado final de intereses e indicadores económicos, obviando los sociales, educativos, políticos y culturales. Concibe que la función del gobierno se constriñe sólo al administrar “las cosas”, cuando la tarea de gobernar implica, además de administrar la res pública, proteger personas y conciliar intereses diversos.

Pero ¿qué tan buena ha sido la irrupción del empresario a la política? Aquí algunos datos. De acuerdo con The New York Times, los presidentes peor evaluados de los EE.UU. son los de hombres de negocios conversos a políticos: Herbert Hoover (magnate de la minería), George W. Bush (petrolero); Jimmy Carter (productor agrícola) y Warren Harding (empresario). Los más apreciados, por su parte, son políticos de carrera, como Washington, Jefferson, Lincoln, los dos Roosevelt, Wilson, Truman y Kennedy.

https://www.milenio.com/opinion/gabriel-torres-espinoza/con-pies-de-plomo/politico-o-empresario