Entonces, ¿para qué sirven los debates entre candidatos? En principio, los debates deben emplearse para distinguir entre aspirantes, proyectos y partidos. Porque muchas de las cosas que ‘proponen’ son tan generales (y tal vez irrealizables) que si atendieran exclusivamente a las puras ‘propuestas’, sería difícil diferenciar entre los aspirantes y los partidos que los postulan. Por ejemplo, todos coinciden en mejorar las oportunidades en educación, servicios de salud, empleo… En abatir los graves problemas de inseguridad y en definir un combate a la corrupción. Los candidatos coinciden en un 90 por ciento en lo que ‘proponen’. Si acaso la diferencia está en los matices, nada más.
Así, en vez de renegar porque los candidatos no se centran en los temas del debate (que efectivamente algunos lo hacen más o menos), lo importante y para eso no hay tema, es saber quién es quién. Es decir, el elector está en todo su derecho de conocer la trayectoria de los aspirantes, criticada precisamente por sus opositores (para no caer en la autocomplacencia). Difícilmente la autoridad electoral organizaría un debate para saber las ‘maduras’ y las ‘podridas’ de los aspirantes. Ahora bien, resulta difícil sostener que es ‘guerra sucia’, cuando se sacan sus ‘trapitos al sol’.
Imagine que debate tedioso e intrascendente tendríamos si todos hablaran de su rosario de promesas y propuestas, exclusivamente… Si no existiera el espacio para discutir de la congruencia de su trayectoria, de sus capacidades o faltas ocurridas en sus cargos como funcionarios. Sería, entonces sí, no sólo acartonado (ese lugar común que nadie explica), sino poco útil para elector. Los políticos, periodistas, autoridades y los académicos se quejan de las campañas de contraste (esas donde se sacan los ‘trapitos al sol’), porque dicen que socavan la democracia, polarizan las competencias electorales y enrarecen la contienda. No obstante, hay que reconocer que cuando los candidatos se atacan mutuamente, generando dudas sobre las opiniones del otro, los votantes y el proceso democrático obtienen beneficios al poner en contraste los argumentos de cara al elector.
Cuando las campañas asumen demasiado la positividad, todo parece irreal, cargado de promesas y de la política de la súper oferta. Un optimismo de sueños irrealizables carente de crítica, que termina por aburrir al electorado. Un práctica rutinaria de propuestas sin cuestionamientos, que no logra diferenciar a los partidos y sus candidatos. Todas las campañas y los debates deben ofrecer una dosis de “positividad” y “contraste”. Ambas. Si queremos que las campañas aborden temas relevantes y discutan los problemas reales, los debates de contraste aportan, junto a las propuestas de los candidatos, información valiosa para los electores. El contraste, a mi juicio, ganó ayer el debate.