Eliminar el financiamiento público a los partidos políticos resulta hoy tan popular, como salir a proponer no pagar impuestos. Con justa razón, muchos asumen que, en efecto, existe una gran corrupción en los gobiernos de los distintos ámbitos (federal, estatal y municipal), así que una iniciativa para no pagar impuestos o reducirlos -por ejemplo a la mitad o a un tercio- bajo el argumento de que el gobierno administra muy mal el dinero público (y en efecto son muy malos para administrarlo), sería motivo seguro de aclamación. Aparentemente significa ponerse del lado de la gente, en un momento en que la economía demanda, cada vez más, apretarse el cinturón. Todo debido al despilfarro, y la insultante corrupción básicamente en los poderes constituidos del Estado: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Es debido a la corrupción en los gobiernos, que no hay dinero público que alcance.
Desde el 2012, el duelo de egos en Jalisco es entre el Ejecutivo, y quien fue su más fuerte adversario electoral por la gubernatura, el hoy presidente municipal de Guadalajara. La rabieta del alcalde de Guadalajara -ayer reconocida y por la que ofreció disculpas públicas- básicamente se debe a que con la propuesta de eliminar el financiamiento a los partidos observa que el gobernador le ganó la nota. Eso es justo lo peor que le puede pasar a él. Luego enfurece y se lanza contra los medios «basura» –Uff, esta vez se salvó Milenio-, contra el diputado independiente y–naturalmente- contra su pluma de vomitar. Obvio, aquel que le ganó las elecciones en el 2012. Basta una «llamada» suya -como lo reconoce- para que indique que la reforma se haga, y… ¡se hace! Los legisladores «libres» de su partido se deben resignar al difícil trabajo de levantar la mano. La disputa es, entonces, sólo por el crédito publicado de hacer prosperar una propuesta que si bien despierta los aplausos, no contiene más que una enorme demagogia. Una reforma para apantallar bobos, por la que paradójicamente, el Gobernador y el Alcalde, se disputan la paternidad.
En su libro «El Estado de Partidos» (1986), el ex presidente del Tribunal Constitucional Español, Manuel García Pelayo, nos recuerda lo obvio: El financiamiento público a los partidos se justifica «en razón de que los partidos, cualquiera que sea su naturaleza jurídica, cumplen funciones públicas sin las cuales sería imposible la existencia y actualización del estado pluralista democrático y, en general, del orden constitucional»… «la ayuda financiera a los partidos se basa, entre otros argumentos, en la imposibilidad de los partidos de financiar sus gastos con las solas cotizaciones de sus militantes; ello les obliga a recurrir a otras fuentes, lo que implica riesgo de dependencia de los intereses privados, al que se trata de neutralizar en mayor o menor medida, con la financiación estatal». Así con este galimatías de reforma electoral se pretende constreñir en Jalisco a los partidos al financiamiento privado, en un país en dónde la desigualdad en el ingreso establece una gran brecha, y el hampa infiltra por igual gobiernos, políticos o fuerzas policiacas. Esto implicará, en realidad, entregar aún más el control de la política y los cargos públicos a quienes puedan pagarse –de forma lícita o ilícita- una competencia electoral ¿Resultado? A buscarnos ricachones para gobernar Jalisco.
Sin partidos simplemente no podríamos ejercer la democracia. Pero hoy sobresalen los que se dicen defensores de la democracia, pero se manifiestan de dientes para afuera, en contra de los partidos. Un disparate. A los partidos no hay que asfixiarlos. Lo que una reforma de avanzada en Jalisco debe buscar, es obligarlos -por ley- a practicar democracia interna –selección democrática de candidatos y dirigentes-, hacerlos rendir cuentas, y garantizar el carácter público que desde 1977 la Constitución les reconoce (que estén al servicio de todos). A democratizar la integración de la lista de Representación Proporcional, separando la boleta de mayoría, de la proporcional. Pero los partidos requieren, sin duda, un financiamiento público para aplicarlo a sus estructuras, no para que medre, con ello, la dirigencia. Ahora sí, en Jalisco un político pobre, más que nunca será, apenas un pobre político…