Se plantea que participar en esta elección sería legitimar una farsa. Y aunque se puede compartir el escepticismo sobre el proceso
Cada elección, incluso una cuestionada como ésta, es una oportunidad para influir en el destino colectivo de la nación. No acudir a las urnas es ceder ese espacio de decisión a otros. Es permitir que solo un grupo -probablemente el de más capacidad de movilización, el mejor organizado o el más alineado con el poder-, decida el futuro de todos.
Se plantea que participar en esta elección sería legitimar una farsa. Y aunque se puede compartir el escepticismo sobre el proceso, el argumento pierde fuerza cuando se examina la alternativa: ¿qué se logra con la inacción? ¿Qué se cambia desde el silencio? La historia ha demostrado que las reformas se revierten, los excesos se corrigen, pero solo si hay ciudadanía activa, crítica, presente, participativa.
Participar no es convalidar. Votar no es rendirse. Es, en todo caso, tomar un espacio que ya está en disputa. Porque mientras unos renuncian, otros avanzan. En política, los vacíos no existen. Todo espacio que se despeja es inmediatamente llenado por intereses ajenos. En la democracia, incluso en sus formas más defectuosas o limitadas, el voto sigue siendo la herramienta más directa -y a veces la única- con la que contamos para incidir en el curso de los acontecimientos públicos.
Creer que la abstención puede ser una forma de resistencia simbólica es una ilusión peligrosa. La historia ha demostrado que las abstenciones masivas rara vez detienen los abusos del poder; por el contrario, suelen ser leídas por quienes gobiernan como apatía, como desmovilización, como carta blanca. Los autoritarismos no se fortalecen con el ruido, sino con el silencio. La protesta no se hace desde la ausencia, sino desde la presencia activa, crítica y vigilante.
Tomar el voto como herramienta no significa aprobar el sistema en su totalidad, ni sus imperfecciones, ni sus vicios. Significa llenar un terreno que, de otra forma, será utilizado en contra de los mismos ideales que se pretende defender. Participar es condicionar al poder, es abrir la posibilidad de corregir el rumbo desde adentro, con responsabilidad y con estrategia.
Renunciar a ese derecho -y a ese deber- es aceptar que las condiciones las impongan otros. Es admitir que las decisiones sobre el país, sobre la justicia, sobre la libertad, se tomen sin nuestra voz. Por eso, participar no es un acto de sumisión, es un acto de defensa activa. Es la reafirmación de que, a pesar de todo, seguimos creyendo que el país vale la pena. Y que no estamos dispuestos a entregarlo por omisión.
Por eso, más allá de las fundadas dudas sobre la elección judicial, lo que no puede perderse de vista es que la verdadera amenaza no es un mal proceso, sino la renuncia ciudadana. Porque cuando dejamos de votar, dejamos de decidir. Y cuando dejamos de decidir, otros lo hacen por nosotros. Ahí comienza, la verdadera pérdida.
POR GABRIEL TORRES
PROFESOR E INVESTIGADOR EN LA UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA
@GABRIELTORRESES