El hecho mismo de acudir a las urnas, resulta útil en democracia. Elegir una opción legalmente constituida, que participa en la contienda, hace del sufragio uno válido, que se transformará en cargos de gobierno. Votar por un partido, por una candidata o candidato independiente, abstenerse o anular el voto es un derecho de los ciudadanos. Lo cierto es que, en sentido estricto, todos los sufragios correctamente depositados en las urnas para opciones formalmente registradas, son válidos y por lo tanto útiles. Si asumimos que el sufragio es la expresión jurídica de la voluntad popular, votar, constituye en sí mismo, una participación útil.

Desde la elección presidencial de Vicente Fox, en México nos comenzaron a hablar del ‘voto útil’. Bajo un ingenioso y maniqueo discurso, se asoció a eso que se etiqueta como el ‘voto útil’, precisamente con aquel sufragio que se formula en favor de una de las dos opciones con mayor tendencia de intención del voto. De forma que eso que suele llamarse ‘voto útil’, apela a que los electores decidan por el que les resulte ‘menos malo’ de entre las dos opciones políticas con mayores probabilidades de ganar. Así se dice y se repite, que el voto solo será ‘útil’, si impides que gane la opción que te causa mayor animadversión, entregando el sufragio a un partido o candidato (a) que le puede ganar, aunque no se esté convencido de lo que representa quien recibirá ese voto.

Pero si los votos, todos, se transforman en cargos de gobierno, votar razonadamente es la forma más útil de expresar nuestra voluntad a través de ese instrumento jurídico que es el sufragio. En todo caso, resulta oportuno preguntarnos, ¿para quién resulta útil, eso que llaman ‘voto útil’? Si el voto no representa los intereses, expectativas o convicciones del elector, si lo compromete y emite por una gorra, una camiseta, despensa, aportación económica, tinaco, láminas, calentadores o cualquier otro objeto, definitivamente ese voto será ‘útil’, exclusivamente para quien lo compró. Paradójicamente, ese voto vendido o intercambiado por una dádiva, generalmente obtenida de los recursos públicos, es el voto que afianza las peores prácticas que dan lugar a los males de los que se queja la población.

Emitir un voto alentado por los resultados de las encuestas publicadas, de los que dicen que supuestamente tienen posibilidades de ganar y descalifican a los demás, es desperdiciar la oportunidad de razonar el sufragio. Justamente a eso apelan aquellos que insisten en amenazarnos con un futuro gris si no les concedemos nuestro voto, aunque no convenzan y amenacen con la catástrofe.

Así que, bajo esa lógica bipolar, no tendríamos más opción que votar por el que ellos dicen. De convencernos de decidir así, justo por quien NO nos convence, efectivamente hará ‘útil’ nuestro voto, pero para aquellos que nos amenazan convenientemente con ser la única opción posible.

Sólo el ciudadano debe decidir razonadamente. Debemos defender nuestro derecho a emitir un voto con plena convicción, que nos sea ‘útil’ porque expresa nuestras propias perspectivas. La de nuestros intereses. Votar en sí mismo es útil, hacerlo razonadamente, con convicción, mucho más.

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