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Acudir a realizar algún trámite, con el inicio de año, nos hace irremediablemente encontrarnos con que, a pesar del cambio de partido en los gobiernos municipales, cierto tipo peculiar de burocracia justifica su existencia mediante la aplicación de la más tortuosa forma de administrar un procedimiento público. Los cambios de partido y de discurso, en realidad no cambian la anquilosada forma decimonónica de la burocracia para responder a los servicios públicos, o atender algún trámite o pago. El apogeo de esta clase empoderada por la saturación de empleados, inicia con la cultura de la desconfianza. Se enquistan dentro de la administración pública a partir de obesas legislaciones, exceso de reglamentación y el establecimiento del más sofisticado sistema de papeleo, trámites y procedimientos.

La burocracia se vuelve el fin y no el medio de una institución y consume poco más de tres cuartas partes del presupuesto de los ayuntamientos. Bajo esta premisa su participación es indispensable para tornar complejo lo sencillo, y volver absurdo lo que debería ser parte de sentido común.

En una institución sobre reglamentada, con frecuencia ocurre que, por la vía del desacato, del abuso de atribuciones, del incumplimiento de las órdenes o de la resistencia pasiva, se produce una arbitraria interferencia de la burocracia en los designios de quien dirige una institución. De modo que la autoridad se ve suplantada por la de los burócratas. Florece una nueva clase empoderada por las ventanillas, los procedimientos y la compleja red de ineficiencia administrativa que azota a los usuarios del sector público, desde los Organismos Públicos Descentralizados, hasta los ayuntamientos, el gobierno estatal y federal. Estos convierten al papeleo, las ventanillas, el llenado de formatos y el intrincado sistema de administrar lo público en un modo de vida del cual ellos son activos indispensables. Sólo ellos podrían descifrar el complejo y absurdo sistema que torna lo sencillo en complicado. Ellos son la razón de ser de las filas, el papeleo excesivo y los malos tratos al usuario.

La burocracia anquilosada en los trámites excesivos, en los requisitos absurdos y en la alta ineficiencia para administrar lo público que sobrevive a pesar de las alternancias o cambios de gobierno. Expertos en todas las formas para retardar, ocasionar vueltas y vueltas de los usuarios y exigir la mayor cantidad de documentos posibles que en su mayoría son lógicamente innecesarios. Lamentablemente, a pesar de que los electores votan con expectativa de cambio, estos absurdos permanecen ahí, empoderados para continuar su larga y mediocre tarea de convertir en complejo lo sencillo, y con ello desilusionar a los ciudadanos que esperaban una manera distinta de atender y resolver sus necesidades.

Bajo estas condiciones la marcha de las instituciones se torna lenta, complicada y engorrosa, a pesar de la renovada voluntad de los nuevos gobernantes. Los trámites suelen sucumbir bajo toneladas de papeles. Se diseñan nuevos formatos, con nuevos logotipos y colores, pero con la misma lógica absurda de la complejidad en cualquier trámite o proceso. Nuevamente se solicitan autorizaciones, oficios y muchas instancias que intervengan –siempre de mala gana- en un proceso para volver tortuosa la experiencia de realizar algún trámite dentro del sector público. Dueños del enorme poder para dilatar, entorpecer o agilizar siempre y cuando el usuario logre «aceitar» la voluntad del burócrata. Esta clase empoderada dentro de las instituciones públicas, pocas veces llama la atención de los decisores, pero son en esencia los responsables de la lentitud que caracteriza al sector público. Causantes de esa mala impresión que generalmente queda al acudir a una ventanilla de trámite donde alguien te escucha y responde como si te hiciera un personal favor, cansados de hacer su trabajo, por el cual les pagan.

Buena parte de esa expectativa de cambio, frustrada cada tres o seis años, depende de ellos. Forman parte de un esquema inamovible de trabajo que pocas veces es revisado, mucho menos alentado o mejorado, bajo algún sistema de premios o sanciones.

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