Ayer se formalizó la candidatura de José Antonio Meade en el PRI. La lectura más simple diría que es el candidato del presidente Peña. Efectivamente lo unge, pero por el perfil y trayectoria del ahora candidato, todo indica que se trata de una candidatura avalada por más factores de poder, además del Presidente. Se le reconoce como un tecnócrata con cierta eficiencia acreditada en la función pública. De los afectos reales del presidente Peña fueron Luis Videgaray o Aurelio Nuño. No obstante, de haberse inclinado por alguno de ellos, las dificultades del PRI para situarse en posibilidades de ganar, serían mayores. El presidente parece haber pactado con grandes factores de poder al empujar la candidatura de Meade a la presidencia.

Peña Nieto decidió jugar con un candidato que tiene mayores posibilidades de crecimiento en una confrontación abierta con López Obrador. Pero esto no es nada nuevo, el presidente de la República emanado del PRI, desde con Zedillo, ya no elige a su sucesor por simple afecto, sino al candidato para la más importante contienda electoral. Meade, como candidato a la más alta magistratura, inició con un lado flaco: es fruto de un “dedazo”. A favor suyo está que tanto Anaya como López Obrador serán también producto de una decisión que nada tiene que ver con la participación abierta de la militancia de sus respectivos partidos.

El reto más importante de Meade, en la campaña, será el deslinde con un gobierno que lo llevó al poder: tan sólo 1 de cada 4 apoya la gestión del Presidente (Reforma; 1/Dic/2017). Por otro lado, la importancia de las coaliciones electorales es cada vez más relevante: de las 65 elecciones de gobernador que se han celebrado de 2006 a 2017, el 83 por ciento fueron ganadas por coaliciones electorales. Asimismo, después de la alternancia a nivel federal, todos los presidentes han ganado en coalición: Fox obtuvo el 42.52 por ciento de los votos con la coalición PAN-PVEM, en donde éste último aportó el 6.3 por ciento de los votos: sin éstos hubiera obtenido el 36.22 por ciento, frente a un Labastida que obtuvo el 36.11. Calderón, aunque sólo fue postulado por el PAN, captó, de facto, el voto corporativo de Nueva Alianza-SNTE, en acuerdo con Elba Esther: las escasas seis décimas de ventaja sobre AMLO, hubieran sido imposibles sin el apoyo del SNTE. Peña Nieto, sin los votos del PVEM (6.1 por ciento), hubiera obtenido el 32.1 por ciento, frente a AMLO con 31.5 por ciento. En esta ocasión, AMLO vuelve a ir solo, y Meade en coalición con el PVEM (por lo menos) y los factores reales de poder.

El escenario mejor para Meade es que el voto nacional se divida entre los que están con Andrés Manuel López Obrador, y los que están en contra, con su candidatura como opción. Bajo ese escenario, el resultado sería de pronóstico reservado. Para ello, primero, necesita que el candidato del frente pierda el segundo sitio de las preferencias electorales…

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