Durante el primer año de gobierno de Enrique Alfaro, su mayor laurel lo obtuvo en la política. Su talento destacable es el ejercicio de todo ese poder que acumuló, desde que fue presidente municipal de Tlajomulco, hasta llegar al gobierno del Estado de Jalisco. Un poder que proliferó exponencialmente, en muy poco tiempo. Por ello, no se dio espacio para la formación de funcionarios suficientemente capacitados y comprometidos con su estilo y proyecto de gobierno.
Formó un grupo compacto (Alfaro, Clemente, Hugo e Ismael), con dos anillos más de políticos incondicionales provenientes -en su mayoría- del gobierno de Emilio González Márquez. Alfaro impera en Movimiento Ciudadano; es el jefe máximo de los presidentes de la Zona Metropolitana de Guadalajara, y de los legisladores de su partido en el Congreso del Estado (incluso, de algunos de otros partidos). Trabaja en ser, también, del Poder Judicial de Jalisco. Aunque algún presidente municipal de MC le llegara a presentar resistencias, el peso político del gobernador en Jalisco es suficiente para sacar adelante sus iniciativas. Es uno de los gobernadores más fuertes y formados de Jalisco en los últimos 20 años. El gobernador acredita una singular habilidad para que sus iniciativas se aprueben, para contrarrestar, combatir vetar y limitar el margen de maniobra de los actores de Jalisco. Para obtener ventaja de la influencia, la persuasión y la coacción. Es resuelto y decidido. Ejerce un poder que se alimenta de la debilidad (¿ausencia?) de oposición, y de la ‘derrota moral’ de sus adversarios.
Empero, la calificación social a su gobierno no corresponde a la cantidad de aliados, acuerdos, interlocutores y activos políticos en torno a su liderazgo. El gobierno de Jalisco no debe ignorar la trascendencia, alcance, origen e implicaciones de la profunda mutación que el poder manifiesta, en América Latina y en México. Jalisco no será, por mucho tiempo, un ente aislado a estos movimientos de indignación social y mal humor colectivo. Hay suficientes ejemplos en toda Latinoamérica que apuntan a la corrosión generalizada de la autoridad del gobierno y de los valores éticos que deberían animar a los funcionarios en el ámbito público. Patrones que dejan testimonio de la pérdida paulatina de la legitimidad de los poderosos, sean de Izquierda o de Derecha. Liberales o Conservadores. La constante es que la inseguridad y la violencia nos afectan a todos; pero lo que indigna a la sociedad, es la corrupción y el abuso de poder.
No sólo es el efecto del Internet, las redes sociales, los medios emergentes y las nuevas tecnologías de la información. Es, también, la pérdida de confianza en los líderes, en los ‘expertos’, en la autonombrada ‘sociedad civil’, en las instituciones públicas (INE, INAI, CNDH, universidades), en las religiones, en los empresarios (por algunos muy corruptos) y en los medios tradicionales de comunicación (por la parcialidad de algunos). Adviértase, el poder ya no es lo que era, y no será… Lo degrada velozmente la insatisfacción con la desigualdad y la distribución de la riqueza, la ausencia de resultados, la degradación de los políticos y el malestar social por las promesas incumplidas.
https://www.milenio.com/opinion/gabriel-torres-espinoza/con-pies-de-plomo/alfaro-y-el-poderv