Imagen: El Correo

El terremoto de 1985, de 8.1 grados en la escala de Richter, causó terribles estragos en la Ciudad de México. Marcó un antes y un después en la historia de nuestro país: representó un ‘golpe de timón’ que vio nacer una acción ciudadana basada en la solidaridad y la fraternidad.

Así fue como se robusteció, frente a las inclementes catástrofes naturales —que rebasaban la capacidad de respuesta de las autoridades—, y que traían consigo momentos de dolor y consternación nacional, que golpearon con mayores desgracias e infortunios a los más vulnerables. Para entonces, la sociedad mexicana amainaba el torpe, ralentizado y errático actuar gubernamental, con un inquebrantable e irrenunciable sentido de cooperación y unidad nacional, que se basaba en la disposición para ayudar. Los mexicanos reaccionaron ante las consecuencias del terremoto, y superaron al gobierno en su capacidad de organización y acción.
La pandemia del coronavirus del año 2020, deja en evidencia la precaria solidaridad ciudadana. Durante el sismo del 85’, fallecieron poco más de 40 mil personas. Resulta alarmante que las 113 mil 704 muertes oficiales de hoy, a causa del covid-19 en México, solo hayan ensanchado un sentido de individualismo y egoísmo frente a la tragedia de los vulnerables, para, en todo caso, afianzar una sola máxima: “que muera, quien deba morir”.
Resulta contradictorio que la sociedad se duela ante el gravoso clima de inseguridad y violencia en nuestro país que, en lo que va del año, acumula 24 mil 287 homicidios dolosos y casi cinco mil desaparecidos [cifras de las que prácticamente no hay subrregistro]; y, a su vez, no manifieste la indignación o acción social frente a las casi 115 mil muertes oficiales a causa del SARS-CoV-2. Un número que, bajo las predicciones más reservadas, podría verse duplicado en razón de la ‘cifra negra’ que proviene del escaso testeo en nuestro país.
Si resolver o disminuir el trágico problema de la inseguridad es una responsabilidad prácticamente exclusiva de la autoridad; el problema relacionado con el número de contagios y muertes a causa del coronavirus es una responsabilidad que podría disminuir con la participación activa y responsable de la ciudadanía. Cuidarnos y cuidar a los demás. No obstante, la evidencia ante todo esto es la de una sociedad que en su mayoría reclama derechos, pero que no está dispuesta a asumir obligaciones, responsabilidades, ni restricciones.
Las respuestas de los gobiernos para contener o contrarrestar los nocivos efectos de la pandemia, han tenido el distintivo de ser escasas y/o erráticas. Pero la constante observada en la sociedad ha sido la lastimosa indiferencia: hasta ahora, no existe una iniciativa de impacto, surgida desde ‘abajo’, con una amplia organización y participación social, que haya contribuido de manera significativa a atajar los daños de la pandemia. Un total de 86 Think Tanks en México, y 33 mil 166 inscritos en el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), no han aportado significativamente, al margen del gobierno, para atender una pandemia que tiene efectos transdisciplinares. Si el coronavirus ha puesto de manifiesto que hay poca autoridad del gobierno, también evidencia que ante la emergencia sanitaria, hay menos solidaridad social.

https://www.milenio.com/opinion/gabriel-torres-espinoza/con-pies-de-plomo/del-terremoto-de-1985-al-coronavirus-del-2020