Somos testigos de una auténtica rebelión silenciosa contra los principios de la democracia, el federalismo, el equilibro entre poderes y el Estado de derecho; emprendida -en primer término-, por los mismos electores. El autoritarismo está de moda porque acusa un éxito electivo inusitado. El autoritarismo no requiere de golpes de Estado para hacerse del poder, porque gana ampliamente elecciones en diversos países, incluso con democracias consolidadas. Los líderes de perfil autoritario son hoy electoralmente rentables. Encuentran empatía con los votantes al emprender la batalla contra los partidos, las instituciones, los medios de comunicación y los organismos públicos. La mayoría de los votantes se inclinan por un líder fuerte, aunque los haga retroceder. Se reconfortan con los discursos que aluden transformaciones fundacionales o reinvenciones constituyentes, que se justifican en un discurso basado en la superioridad moral.
El gobierno no debe estar más en manos de políticos de carrera, de cúpulas empresariales, de intelectuales o de los técnicos en la administración de lo público. El poder debe ser para ‘la gente’, para eso que se dice es ‘el pueblo’, que arriba al gobierno ‘personificado’, a través de un líder de perfil autoritario altamente empático para las mayorías votantes por valentón, pendenciero y retador. Un líder fuerte que de cara a lo institucional, que enfrente iracundo la crítica de los medios de comunicación, que cuestiona la extensión de derechos para las minorías, a los partidos de oposición, a los derechos humanos y al equilibrio entre poderes. Un monarca sexenal, con poderes ilimitados, que su palabra sea ley.
Se alienta con votos un antes y un después del arribo al poder de un líder fuerte trasgresor, ‘políticamente incorrecto’. Uno que socava la libertad de expresión, los frenos y contrapesos institucionales, y el derecho disentir en la opinión pública. En este momento de furia colectiva, de blancos y negros, de todo o nada, se manifiestan ‘movimientos’ que cosechan sufragios, alimentados por el resentimiento a los años de democracia que configuraron gobiernos de resultados pobres, altamente corruptos. Se impone así la mayoría de los que se saben rezagados, dolidos, excluidos por un arreglo putrefacto, que normalizó –efectivamente- la delincuencia de ‘cuello blanco’. Es la consecuencia absolutamente explicable de ese ‘derecho de despojo’ al que recurrieron los funcionarios para pillar impunemente. De la tolerancia consentida de la clase política para el saqueo y el daño al patrimonio público. De la red de complicidades que caracterizó a los políticos ‘profesionales’. Del fracaso de una generación de gobernantes -sin formación política- que entre el poder y el dinero, escogieron el enriquecimiento, y construyeron con ello su derrota electoral. El autoritarismo arriba democráticamente al poder, robustecido en legitimidad social, con ideas tanto liberales como conservadoras, de izquierda o de derecha en diferentes países. Lo rentable hoy es la explotación elocuente de lo políticamente incorrecto, a partir de la polarización social y el conflicto como elemento discursivo.
https://www.milenio.com/opinion/gabriel-torres-espinoza/con-pies-de-plomo/el-atractivo-del-autoritarismo