Los desaparecidos, los secuestros, los cobros de piso a negocios, el robo de gasolina, los ejecutados, los robos del autotransporte de carga, el lavado de dinero, entre otros; son apenas los delitos más significativos de la cadena de criminalidad que es colateral al narcotráfico. No hay un país o gobierno que hubiese ganado la ‘lucha’ contra el narcotráfico, y su rosario de delitos colaterales. El problema es gigantesco. Un ‘negocio’, ilegal, que ya supera a la industria petrolera. Pretender un enfrentamiento de las fuerzas públicas (la mayoría infiltradas), con los grupos delictivos que están perfectamente organizados, es apostar a desencadenar una espiral interminable de mayor de violencia.

El negocio ahí estará y pueden detener o ‘abatir’ a algunas de sus cabezas. No obstante, como el monstruo de mitología griega, la Hidra –serpiente gigante de mil cabezas- a cada cabeza que corten, se regenerará otra. Hablamos de un negocio que se renueva constantemente, y resistirá todos los esfuerzos por erradicarlo, cortando cabezas. Mientras del otro lado de la frontera exista el mercado más consolidado de consumidores de drogas, con el mayor poder adquisitivo, pretender un combate efectivo mediante una guerra -cortar una cabeza a la Hidra- significa una aspirina, para una enfermedad terminal. Tal vez, la circunstancia nacional que coloca a nuestro país justamente como el puente al mayor mercado de consumidores de drogas, nos debe llevar a pensar, con menos hipocresía, que la ‘guerra contra el Narco’ desatada por Calderón y continuada por este gobierno, son y serán un absoluto fracaso.

De cara a los hechos de los miles de desaparecidos, ejecutados y secuestrados, es tiempo de pensar en otras formas de asumir el problema. Mario Vargas Llosa escribió: “Respecto a las drogas prevalece todavía en el mundo la idea de que la represión es la mejor manera de enfrentar el problema, pese a que la experiencia ha demostrado hasta el cansancio que no obstante la enormidad de recursos y esfuerzos que se han invertido en reprimirlas, su fabricación y consumo siguen aumentando por doquier, engordando a las mafias y la criminalidad asociada al narcotráfico. Este es en nuestros días el principal factor de la corrupción que amenaza a las nuevas y a las antiguas democracias y va cubriendo las ciudades de América Latina de pistoleros y cadáveres” (El Informador, 29 de diciembre de 2013).

El crimen organizado se nutre de un jugoso negocio, que el Estado es incapaz de combatir. Ni siquiera de regular. Una hipocresía que como sociedad asumimos y que nos cuesta –y seguirá costando- muchas vidas. Especialmente, mientras que los principales destinatarios del narcotráfico, silenciosamente legalizan en varios estados de la Unión Americana la venta, producción y consumo. Ellos ponen las armas, nosotros los muertos y desaparecidos.

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