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El día de ayer, de manera inesperada, murió el ex futbolista argentino, Diego Armando Maradona, por un paro cardiorrespiratorio, apenas a sus 60 años. Desde luego, se trata de una figura de fama internacional, sumamente polémica, con un sinfín de claroscuros y variadas aristas profesionales.

Maradona como El Ché Guevara (que no son comparables, pero sí reconocidos) se han posicionado como la figura iconográfica, más representativa o emblemática, de toda América Latina. Más allá de su innegable talento deportivo, le asistían dotes carismáticos que cualquier líder político, social, cultural, o incluso ídolo deportivo, envidiaría en cualquier parte del mundo. Su amplio reconocimiento internacional, el evidente fanatismo en torno a su personalidad, con una liturgia únicamente comparable u observable al que se le realiza a una deidad, no sólo derivada de un talento deportivo extraordinario [como el de Messi o Pelé], sino en un carisma que, si bien, para muchos era francamente inefable, para todos fue a todas luces irrefutable: poseía ese ‘imán’, ‘magia’, ‘aura’, ‘hechizo’, ‘brillo’ y un ‘no sé qué’ que sólo se llega a dar en binarias ocasiones cada siglo, ya sea en un país o en una región del planeta entero.
Además de ser, para un inconmensurable número de “aficionados que viven la intensidad del futbol”, como diría Enrique El Perro Bermúdez, el “mejor futbolista de todos los tiempos”, fue también un exitoso presentador de televisión, un ácido comentarista deportivo con robustas cartas credenciales y un distinguido activista político de regímenes socialistas-comunistas, y amigo de Fidel Castro, Evo Morales, Lula da Silva, Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Desde luego, su ‘meteórica’ carrera profesional estuvo acompañada de estruendosos escándalos relacionados con la adicción a las drogas, la violencia de género y el acoso sexual.
En todo caso, el dolor personal de millones de argentinos, así como la evidente consternación nacional que sucumbió y embargó a su país natal el día de ayer, obligó a que el presidente de Argentina, Alberto Fernández, decretara ¡tres días de luto nacional!. Ese es el peso específico de Diego Armando Maradona en su tierra.
“Argentina es Maradona, y Maradona es Diego”, señalan diarios albicelestes. Más aún, el presidente de la República, Alberto Fernández, señaló el día de ayer ante la inverosímil noticia: “Maradona es casi un sinónimo de Argentina”. Tiene razón. En efecto, Maradona es ‘cultura’ en el sentido amplio de la palabra, mucho más que lo que representa el peronismo en Argentina: una hegemonía de la que se dice siempre constituye un ‘gobierno peronista’ y una ‘oposición peronista’, pero que todo termine por orbitar en torno al peronismo. Sin embargo, con Diego no hay oposición: sólo hay unanimidad.
En todo caso, Maradona nos retrotrae a la etapa en el que el futbol era un deporte en el que prevalecía el talento deportivo nato, sobre el acondicionamiento físico de alto rendimiento y la robustez técnica, como sucedió con Romario (quien incluso no asistía a los entrenamientos). Actualmente, en el futbol profesional, destaca la cualidad técnico-física. Maradona, es Diego.
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